Por: Federico Senior
Una de las muchas frases que usaba mi abuela y tal vez la que más me gusta es “Piensa mal y acertarás”, nada más “acertado”, ayer por la tarde, en vivo y en directo pudimos observar las protestas que un grupo de indígenas, acompañados por los habituales encapuchados, protagonizaron en la Avenida a Eldorado en el centro de Bogotá.
El objetivo era la sede de la Embajada de los Estados Unidos, antes de iniciar el ataque, entraron a la Hemeroteca, en predios de la Universidad Nacional, la vandalizaron, todo en el medio de un demencial desenfreno, arrancaron los adoquines de la plazoleta de acceso a esta edificación, lanzándolos como proyectiles hacia la vía, produciendo el consecuente bloqueo de la misma y de paso del servicio de Transmilenio.
Minutos después, iniciaron el ataque a la Embajada, un encapuchado, armado con algo así como un lanzacohetes, empezó a dirigir su carga, en dirección hacia la sede Americana, los disparos producían una llamarada, nunca supimos cuál era la clase de proyectil que se chutaba, pero aparte del impacto visual que producía ver tal chorro de fuego, no se evidenciaba que algún proyectil lograra su objetivo, de repente los indígenas, en un acto de grotesca barbarie por un lado y ridículo por el otro, empezaron a lanzarle flechas a los policías que habían llegado a atender la protesta.
Por fortuna, debido o, a la pésima puntería de estos indígenas del siglo XXI que andan en Toyotas como las de los “blanquitos” de los que habla el Mesías, y que, por ende, no tienen que cazar a sus presas para poder comer, puesto que a ellos solo les basta con bloquear una carretera, para que Papá gobierno, les llene la boca, los bolsillos y los tanques de sus camionetas, o, a que en verdad se estaba tratando de una puesta en escena, cuyo libreto era producir un categórico impacto.
De esto último, obviamente no tengo comprobación alguna, salvo la que me da la lógica interpretación de los hechos, mezclados con la sapiencia de la frase de mi abuela, fue algo en que la evidencia de lo que sucedía tuvo mucho peso, así que difícil estar equivocado, repito, sin prueba alguna.
A pesar de lo que se estaba presentando, algo parecía faltar, la pieza final del rompecabezas no aparecía, cuando gracias a nuestro amado presidente, todo quedó confirmado, sale a la luz entonces, el infaltable X (tweet) del Salvador de los pueblos del mundo, que palabras más, palabras menos, con desacostumbradas contundencia y buena ortografía, para que no quedara dudas de la intención de lo escrito, anotó: “He ordenado defender a cualquier precio la Embajada de los Estados Unidos, Colombia respeta los tratados internacionales”. Ahí pensé “Aparecieron las llaves”, todo esto es un montaje, la protesta no tenía sentido, todo indicaba que la obra teatral se trataba de “aparentar” un ataque a la sede de los americanos, evitando que hubiera un resultado letal, y para darle un toque de arbitrariedad, salvajismo, y de película del Lejano Oeste, se les indicó a los muy civilizados indígenas, lanzar sus flechas, procurando no matar a ningún policía, y que mucho menos ni uno solo de los filudos artilugios, aterrizara en los prados de la Embajada, la finalidad era fingir un ataque, intentar atemorizarlos, con la firme intención, de enviarles eso sí varios mensajes, subliminales, pero mensajes en fin de cuentas.
Por un lado, mostrarle a los “gringos” que aquí los protegemos en nuestro territorio, que somos muy respetuosos, por otra parte, que no tendríamos como defendernos de un ataque Yankee, salvo con las flechitas de tres flacuchentos indiecitos, ridiculizando de paso, lo mostrado por las “magníficas” fuerzas militares venezolanas, que blandiendo sus atemorizantes machetes hacen temblar a los “marines” mostrando el cómo acribillarían a todo invasor, a todo aquel que ose profanar el territorio del bravo pueblo, de igual manera, decirles (a los gringos) ¿se dan cuenta?, nosotros no somos amenaza para ustedes, así que llévense a Maduro a Diosdado y a la Delcy, allá en Venezuela, porque ellos sí son sus enemigos, pero a mi (Yo, el defensor de la vida), déjenme tranquilo, que yo soy inocuo, yo solo soy un rebelde sin causa, que habla mucho, amenaza más aún, pero hace muy poco, perdón que no hace nada, así, que no me vayan a atacar que me muero de susto.
Me atrevería a apostar cien a uno, que esto que escribo corresponde a la verdad, es tan ridículo, que por esa razón (por lo ridícula) es que parece ser de la autoría de Gustavo Francisco, en verdad, no tendría nada de raro.