Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Por simple lógica geopolítica, el presidente de Colombia puede ser enemigo de Trump, pero al mismo tiempo no puede ser amigo irrestricto de Maduro. Emberracándose contra Trump en la ONU, Petro ganó puntos ante la izquierda universal, y más aún los obtuvo con su enérgica defensa de Palestina.
Pero rápidamente los dejó en suspenso cuando, bocina en mano, se fue a Manhattan a pedirles a los soldados gringos que no obedecieran a Trump, porque el emperador de Washington bien puede reaccionar con la misma moneda: no viniendo a Cartagena a pedirle a las fuerzas armadas constitucionales que desobedezcan a Petro, sino ahorcándolas con el mismo estruendo y peligrosidad con que persigue las lanchas venezolanas que se atreven a surcar los mares.
Y aquí cambiaría de estilo. No se olvide que los Estados Unidos ya tienen en Colombia cinco bases militares y una naval, además de una aérea, en donde las tropas gringas, los aviones, los helicópteros y los buques se mueven como Pedro por su casa.
Pero, como para agravar esa posibilidad, el presidente Petro, en esta pelea verdulera con Trump, ha preferido unirse a Maduro y hasta poner a disposición del gobierno de Caracas las informaciones de inteligencia que se posean en los cénaculos militares. El resultado lo puede intuir hasta el más inculto escarbador de las minas del Bajo Cauca.
Empero, dado el carácter imprevisible del señor Trump, nada de raro tendría que confundiera a Maduro con Petro y afirmara, en su incultura, que Colombia y Venezuela son un solo país.
Pero cualquiera que resulte siendo el desenlace de esta pugnacidad —hasta ahora solo verbal y más de fantoches que de presidentes—, lo cierto es que la escalera que, peldaño a peldaño, está construyendo Petro contra Trump, con discursos, actitudes y berrinches, no lleva precisamente al cielo. Quizás nos quiera es llevar al infierno, donde a todos los leninistas les enseñaron que el caos se deja cosechar.