Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias
No sé si a Enrique Gómez le pasó lo mismo que a muchos políticos en campaña: el espejo les devuelve la imagen del “salvador de la patria” y terminan creyéndose su propio mito. Pero confieso que su último video me dejó un sinsabor que no esperaba. Yo, que creí en años pasados y campañas anteriores en su tono firme en otros momentos, realmente pensé que era un hombre distinto, un político diferente. Pensé que su palabra se sostenía en algo más que la bilis política y los intereses de salón. Pero sí, me equivoqué. Y lo digo con más dolor porque en las elecciones pasadas lo vi como alguien con criterio, conocimiento y capacidades —que por cierto no le niego—, pero hoy no sé en qué momento se desdibujó.
Lo escuché hablando de Vicky Dávila como si fuera la enemiga pública número uno; como si la entrevista en Caracol —donde la trataron como precandidata presidencial, con la misma legitimidad que cualquier otro aspirante— fuera pecado mortal; y como si cualquier voz que no aplauda una candidatura específica, o sea un borrego de la “extrema derecha”, estuviera subordinada a Juan Manuel Santos. Y ahí sí, Enrique… ahí sí perdimos el norte. Porque una cosa es debatir, pero otra muy distinta es caer en el recurso fácil de deslegitimar, señalar, caricaturizar y convertir a una mujer valiente que, aparte de ser precandidata presidencial, es una excelente periodista, en la muñeca de trapo donde descargar frustraciones y delirios mesiánicos.
Vicky no necesita que yo la defienda. Tiene más trayectoria que muchos que hoy creen “salvar la nación” con un video mal editado y una retórica gastada. Pero ver cómo se refieren a ella, cómo la usan de estandarte para justificar la narrativa del miedo y el desgaste que tienen, sí me obliga a alzar la voz. Porque la dignidad profesional —y, sobre todo, la de una mujer periodista en un país que históricamente las ha puesto en la mira— no se negocia en nombre de ninguna “salvación nacional”. Mucho menos cuando la orden tácita parece ser que todo seguidor de Abelardo debe atacarla, mientras su “líder” se lava las manos diciendo que él jamás lo hace. Si no lo hace es por “conveniencia política”, por su discurso político —“supuestamente”— de unión.
Y aquí voy a decir algo que a varios les incomodará: yo también asumo las consecuencias de escribir esto. Como asumí los ataques por mi columna pasada, donde algunos seguidores de mi propio medio TotusNoticias, me llamaron “bodeguero” sin saber y conocer mi recorrido, donde llevo 15 años estudiando política, marketing, opinión pública y estrategia. No he sido nunca un improvisado en este oficio, ni un fanático de esquina. He asesorado campañas, he visto por dentro el monstruo, la deslealtad, y si he cometido errores, pero también he aprendido de ellos. Pero jamás he puesto mi criterio al servicio de un interés particular disfrazado de heroísmo.
Por eso sorprende —y decepciona— ver a Enrique Gómez en el mismo libreto que tanto critica: usar a Vicky para impulsar a Abelardo, victimizarse, inventarse conspiraciones de Caracol, de Santos, y hasta de la NASA si hace falta, y sobre todo, caer en la miseria discursiva de sexualizar, ridiculizar y minimizar voces ajenas. Esa parte del video es tan vulgar que casi parece escrita por un creativo de TikTok para ganar visualizaciones y no por el líder de un partido. Y uno empieza a preguntarse si volverse abelardista implica automáticamente repetir esos mismos ataques como condición de pertenencia.
Yo entiendo la ansiedad electoral, créame. Pero el irrespeto, el tono de cantina y la necesidad de encontrar un enemigo en cada Opositor que no los aclame… eso sí que no. Ese es el camino rápido hacia convertirse en aquello que tanto dicen combatir.
Se puede no estar de acuerdo con Vicky. Se puede afirmarlo, se puede refutar lo que dijo, se puede contradecir con datos, con argumentos, con estrategia. ¿Pero insinuar que es instrumento de Santos? ¿Que divide a la oposición por encargo? ¿Que “nadie la quiere ver” salvo en caricaturas ofensivas? Eso ya no es política. Eso es pequeñez.
Y, ojo, lo digo sabiendo que esto también me traerá problemas. Me llegarán mensajes llamándome vendido, títere, santista, aliado del establecimiento, bodeguero de quién-sabe-quién, y hasta petrista. Que vengan. Yo respondo con lo único que tengo: mi nombre, mi coherencia y mi trabajo.
Porque en un país donde muchos aplauden la agresión mientras se autoproclaman “la verdadera oposición”, todavía quedamos ciudadanos —y periodistas— que creemos que la diferencia no se resuelve insultando, y que la libertad de prensa no se pisotea solo porque incomoda.
Y lo digo con claridad: ratifico lo que mencioné en mi columna anterior. Me declaro anti-Abelardista. Y por supuesto sigo siendo Anti-Petrista. Porque este país no necesita más extremos ni caudillismos disfrazados de salvación; necesita soluciones, diálogo y líderes que no dependan del insulto como estrategia. Colombia necesita Valientes.
Enrique, de verdad pensé que eras distinto. Que tu discurso tenía más sustancia que resentimiento. Ojalá vuelvas al debate serio y no al show político que tanto daño nos ha hecho.
Mientras tanto, yo seguiré escribiendo, aunque eso implique asumir riesgos. Porque en Colombia, decir la verdad siempre tiene costo.
Y aun así —por respeto a mi oficio y al país— sigo prefiriendo pagarlo.
Y me uno a esta frase: “Vamos a marchar sin miedos, porque el futuro es de los valientes”.















