Por: Aldrin García – Director de Totus
En política, cuando se acaba el argumento, aparece el grito. Y cuando el grito se vuelve costumbre, lo que hay detrás no es liderazgo, sino miedo. Eso es exactamente lo que hoy exhibe un sector de la derecha colombiana que, creyéndose dueño de la verdad, ha optado por atacar a todo aquel que no se someta a su narrativa.
El llamado síndrome del SAPO —soberbia, arrogancia, prepotencia y obstinación— ya no es una metáfora: es una forma de hacer política. Una política ruidosa, excluyente y profundamente autoritaria en lo discursivo, aunque se disfrace de defensa de la libertad.
La soberbia se manifiesta cuando alguien se autoproclama guardián de la “verdadera derecha” y se siente con el derecho de repartir carnés ideológicos. Quien no repite el discurso exacto es expulsado del club a punta de insultos. No hay debate, hay purga. No hay pluralidad, hay señalamiento.
La arrogancia se refleja en la forma como actúan sus seguidores digitales. Bodegas organizadas que no discuten ideas, sino que atacan personas. Que no contradicen con datos, sino con descalificaciones. Que no buscan convencer, sino intimidar. Esa no es fortaleza política: es debilidad disfrazada de bravuconería.
La prepotencia aparece cuando se cree que la política se gana a gritos y amenazas simbólicas. Micrófonos al máximo, tonos altaneros y discursos inflamados que confunden volumen con autoridad. Pero la autoridad no se impone, se construye. Y quien necesita gritar para ser escuchado, es porque no logra serlo de otra forma.
La obstinación termina de cerrar el círculo. Negarse a ver la realidad. Negarse a aceptar que el escenario político cambió. Negarse a reconocer que Paloma Valencia ganó la nominación del Centro Democrático y hoy representa una candidatura con estructura, partido, disciplina y respaldo real.
Y eso incomoda. Mucho.
Porque el ruido actual no es ideológico, es emocional. No nace de una diferencia programática, sino del temor a perder relevancia. Del miedo a quedar por fuera. Del pánico a que el protagonismo se les escape de las manos.
Por eso los ataques se intensifican. Por eso apuntan incluso contra sectores de la derecha y del centro-derecha. Porque cuando no se tiene control político, se recurre a la agresión. Y cuando no se tiene proyecto, se recurre al espectáculo.
La paradoja es clara: quienes dicen defender la libertad de pensamiento son los primeros en intentar silenciar al que piensa distinto. Quienes hablan de orden, promueven el caos digital. Y quienes se autodenominan líderes, actúan como barras bravas.
La derecha colombiana no necesita salvadores de micrófono ni ejércitos de insultos en redes. Necesita madurez, estrategia y capacidad de construir mayorías reales. Necesita entender que la política no se gana a punta de odio, sino de coherencia.
Porque la historia política es clara: el grito no reemplaza al liderazgo, y el ruido jamás ha sido sinónimo de victoria.
Y hoy, eso es justamente lo que más les duele aceptar.
















