Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias
Hoy, jueves vocacional, vale la pena hablar de ellos. De esos hombres de fe que están en cada parroquia, que nos bautizan, nos casan, nos confiesan, nos entierran… y muchas veces también nos escuchan en silencio cuando ya nadie más lo hace.
Sí, hoy quiero hablar de los sacerdotes. Porque detrás de la sotana, hay una vida. Y muchas veces, una vida que nadie se imagina.
Es una realidad poco visible, pero muy real: muchos sacerdotes llegan al borde del cansancio emocional. Estudios recientes muestran que un 54% vive solo, y que casi el 20% presenta síntomas de depresión. Y aunque lo veamos siempre sonriente en misa, la verdad es que muchas veces está agotado, física y espiritualmente. Como decía un documento que leí: “Un presbítero enfermo no puede ejercer su ministerio como debe. El cansancio puede llegar a hastiar a la persona y a desear apartarse del mundo…”
Y ahí está el punto. El sacerdote no solo es predicador. También es consejero, maestro, amigo, psicólogo, administrador, animador, confesor, intercesor, conductor, portero del templo, el primero en llegar y el último en irse. Se exige a sí mismo mucho más de lo que cualquiera imagina. Y en medio de todo eso, aún escucha comentarios como: “la misa no me llenó” o “el sermón estuvo muy largo”.
¿Sabes qué es lo más duro? Que aunque vive rodeado de personas, muchas veces es la persona más sola de su comunidad. Porque no es lo mismo estar rodeado de gente que sentirse acompañado.
Y sin embargo, sigue. Sigue celebrando, acompañando, enseñando, sirviendo. Porque sabe que su vocación es más grande que su cansancio. Porque se debe a Dios, pero también se entrega por nosotros.
Por eso, hoy, más que nunca, quiero invitarte a cuidar a tu sacerdote. No lo idealices como si fuera un superhéroe. Míralo como lo que es: un hombre con alma, con corazón, con historia, con miedos y con fe. Si tienes confianza, pregúntale cómo está. Escúchalo. Acompáñalo. Reza por él. Y si puedes, dale las gracias.
La Biblia lo dice con claridad: “Les daré pastores según mi corazón” (Jeremías 3,15). Y también: “Ellos velan por sus almas, como quienes han de dar cuenta” (Hebreos 13,17). ¿Te imaginas la carga que eso significa? Velar por nosotros… y luego rendirle cuentas a Dios por cada uno.
Así que sí. Honremos su vocación. Reconozcamos su entrega. Agradezcamos su servicio. Y sobre todo, amémoslos con hechos. Porque mientras tú lees esto, seguramente hay un sacerdote, en alguna parte, preparando la homilía del domingo, orando por su comunidad o acompañando a una familia que acaba de perderlo todo.
Y esa entrega merece, al menos, un poco de nuestro corazón.