XXI Domingo de Tiempo Ordinario
Por: P. Miguel Ángel Ramírez González
El texto conocido como Carta a los Hebreos, en el Nuevo Testamento, es una texto largo y muy rico en contenido; los especialistas afirman que no es carta, sino que es una especie de homilía con finalidad parenética, es decir de “consuelo” para los cristianos perseguidos o que dudan de su fe. Hoy leemos: “Porque el Señor corrige a los que ama y da azotes a sus hijos predilectos” (Heb 12, 5-7. 11-13). Con todo y la buena intención que tenía el autor de Hebreos, podríamos caer en el error de darle a Dios una imagen demasiado humana de la paternidad. Decimos que Dios es justo, pero estaríamos tentados a aplicar el concepto de justicia humana a Dios; lo mismo pasaría con la misericordia y el perdón. Sin embargo, el Señor es muy diferente a nosotros y su divinidad, así como su paternidad y su justicia, distan mucho de lo que creemos o pensamos. Y no es que Dios se parezca a un padre terreno, sino que todo padre debería buscar parecerse a Dios en su actuar.
Una famosa cantante española confesaba públicamente su abandono de la fe cristiana el día en que rogó a Dios un milagro, y no obtuvo la curación de su padre, aquejado de un cáncer terrible. Ella había pedido a Dios que le restara diez años de su joven vida para que, a cambio, los pudiese vivir su papá. «Mi ruego no fue escuchado; saqué la conclusión de que la imagen que me habían enseñado (de Dios) era de madera y sólo de madera.» Si Dios no le hacía a esta cantante el milagro de curar a su padre, ella no debería creer en Él. Ejemplo curioso, pero que es más común de lo que pensamos, pues no se imaginan la cantidad de personas que viven situaciones similares, y se apaga su fe por no suceder lo que pedían con tanto fervor. De estos casos, pienso siempre que, o su visión de Dios es muy limitada, o su experiencia de paternidad de Dios o de providencia dejan mucho que desear.
Pues bien, estamos hablando sobre varios problemas capitales en la fe: el misterio del mal, así como del misterio de Dios frente al mal y el sufrimiento. ¿Por qué la felicidad de una familia puede ser destrozada cuando menos se espera, por la muerte del padre, o de la madre, o de cualquiera de los hijos? ¿Por qué un día cualquiera se descubre unas manchas en la piel y el médico diagnostica cáncer, y pensamos que no hicimos algo malo para merecerlo? ¿Por qué el sufrimiento, el dolor, la guerra, el hambre, la mala suerte, la persecución, la incomprensión, el fracaso…? ¿Por qué el sufrimiento de los inocentes?
El Antiguo Testamento pensaba que Dios premiaba y daba dádivas a los justos en esta vida, en especial a los buenos y a los que eran fieles a la Ley; y castigaba terriblemente a los infieles y a los que no cumplían la Ley de Moisés o actuaban mal. Lo que los autores del Antiguo Testamento buscaban salvaguardar era la justicia de Dios frente al mal, pero no se había alcanzado la plenitud de la revelación. El Nuevo Testamento presentó a un hombre bueno muerto injustamente por la Ley, pero amado por Dios, quien lo llamaba su Hijo. Pero, además, la Pascua de Cristo revolucionó el concepto de Dios, de justicia y de salvación.
Pero volvamos a nuestra reflexión. Job, el personaje del Antiguo Testamento, descubrió que si el sufrimiento es un misterio, es más misterio Dios, a quien no solamente no entendemos en absoluto, sino que muchas veces terminamos por desaprobar su silencio, su
aparente falta de acción, o una providencia suya que no parece coincidir con nuestras deseos y peticiones.
Pero, si algo repite la Biblia hasta el cansancio es que Dios es Dios y no hombre. Que Él es soberanamente libre. Y quiere que seamos totalmente libres frente a Él, pero sin paternalismos. El no arreglará el cáncer si la ciencia no investiga. No asegurará contra el mal tiempo nuestras cosechas si seguimos destruyendo el sistema ecológico. No evitará un accidente automovilístico -por más que pongamos a San Cristóbal junto al volante, o colguemos un rosario del espejo- si conducimos imprudentemente o con algunas copas encima. No, Dios no es un parche para corregir nuestras debilidades o limitaciones (aunque podrían realizarse milagros extraordinarios); Dios no es un tapa agujeros. Y es que Dios nos ha hecho responsables de buena parte de la vida, y quiere que nos vayamos haciendo cargo de todos esos cabos sueltos, y tomemos responsablemente las riendas de la vida y de la marcha del mundo. Es como si después de haber vivido bien, de haber sembrado el amor entre nosotros y la confianza en Dios, abrimos el surco de la vida y como si estuviera bien abonada, para que Dios pudiera actuar sembrar en ella.
El autor de la carta a los Hebreos, busca dar un sentido al sufrimiento de los cristianos de su época, muchos de los cuales habían pensado abandonar la fe cristiana debido a las persecuciones. De este modo, para dar una explicación cita al libro de los Proverbios (3, 11- 12), que dice: “No desprecies, hijo mío, la instrucción de Yahvé, que no te enfade su represión, porque Dios reprende a quien ama, como un padre a su hijo amado”. El autor de Hebreos ve que el sufrimiento y la prueba son como una “lección” o una “corrección” que Dios permite. Sin embargo, podemos profundizar el dato para añadir que Dios no castiga, sino que acompaña Y DA SENTIDO AL SUFRIMIENTO. Y
¿QUÉ MEJOR IMAGEN PUEDE PENSARSE QUE LA DE UN PADRE QUE CORRIGE AMOROSAMENTE A SUS HIJOS?
Es importante que vayamos más allá de una fe infantil, y veamos nuestra realidad desde una fe más madura, y que esté iluminada por el Evangelio. El sufrimiento no es castigo de Dios, sino que DIOS SE VALE DE ÉL (cuando este llega, por alguna razón) PARA AYUDARNOS A CORREGIR CAMINOS, A VALORAR LA VIDA AUNQUE SEA FRAGIL, Y A DESPERTAR EL AMOR ADORMECIDO POR EL EGOÍSMO Y, SOBRE TODO, A FORTALECER LA FE Y ALENTAR LA ESPERANZA.
El Padre Raymond Brown, el gran biblista católico, señala de este pasaje que “la mano soberana de Dios está trabajando en medio de las adversidades, lo mismo que en las alegrías y placeres. De hecho, probablemente está diciéndonos algo extremadamente importante a través de nuestro problemas, que nosotros no podemos o no queremos percibir, si todo marchara bien para nosotros todo el tiempo”. Y añade el Padre Brown que “el cristiano que pasa a través de problemas difíciles, debe recordar que el Dios que ”prueba” es también el Señor que ayuda. Jamás nos probará más allá de nuestras fuerzas (cf. 1 Cor 10, 13), y no importa que tan terribles sean las adversidades, su gracia será suficiente para nosotros”.
La cantante de la anécdota perdió la fe porque su imagen de Dios era infantil y débil. No descubrió que es en medio de su sufrimiento que Dios se hacía presente por Cristo.
SI EL SUFRIMIENTO ES AFRONTADO DESDE UNA PERSPECTIVA DE FE EN EL DIOS QUE ES PADRE EN CRISTO JESÚS, SE PRODUCE UN “FRUTO
APACIBLE DE JUSTICIA” (12, 11); y yo añado otros frutos más como la fortaleza, la confianza en otras personas, la fragilidad como límite de nuestras vidas. Es cierto, el sufrimiento tiene una vertiente pedagógica, tal como enseña la Carta a los Hebreos, produciendo a la larga paz, y haciendo crecer en la fe y en el amor.
Narciso Yepes, el concertista de guitarra clásica, a los pocos años de su conversión a la fe católica, un Guardia Civil le comunicó la tremenda noticia de que su hijo, Juan de la Cruz, había fallecido en un accidente, destrozado por una máquina quitanieves. Y poco después, cuando un periodista le preguntó si por esa tragedia se había enojado con Dios y le había exigido explicaciones, Narciso Yepes contestó:
¿Pedirle explicaciones? ¿Por qué iba a hacerlo? Sentí y sigo sintiendo todo el dolor que usted se puede imaginar… y más. Pero sé que la vida de mi hijo Juan de la Cruz estaba y está amorosamente en las manos de Dios… Y ahora lo está aún con más plenitud y felicidad. Por otra parte, dijo a la periodista, cuando se vive con fe y de fe, se entiende mejor el misterio del dolor humano. El dolor acerca a la intimidad con Dios. Es… una predilección, una confianza de Dios hacia el hombre.
Yepes ve su vida desde Jesús y el misterio de la Cruz, por lo que no creía que la muerte de su hijo fuera castigo, menos tampoco la acción de un Dios malvado deseoso de “cobrarle algo”, sino que entendía que el sufrimiento es un “misterio” que nos doblega, pero que también nos permite crecer más fuertes si dejamos entrar la luz de la gracia de Dios.
Así, pues, las pruebas de la vida no son castigos, dice al autor de la carta a los Hebreos,
SINO QUE ES EN LAS PRUEBAS DONDE PODEMOS VER LAS SEÑALES DEL
AMOR PATERNO DEL DIOS DE JESUCRISTO, que muestran que en nuestro caminar no vamos solos, sino precedidos por aquel que es Sumo y Eterno Sacerdote y Sumo Pontífice, Jesús.
El periodista italiano Vittorio Messori reflexionaba sobre este punto, recordando la eterna objeción del mal y su dilema que señala: o Dios puede impedir el mal, y en tal caso no es bueno porque no lo impide, o Dios no puede impedir el mal, y entonces no es omnipotente. En ambos casos le falta a Dios un atributo esencial: o la bondad o el poder. Y esto justifica, para muchos, la negación de su existencia. Muchos ateísmos y pérdidas de la fe se basan en esto. Pero lo que revela el Nuevo Testamento es que el poder de Dios se ha manifestado en la Cruz, que es escándalo, y su bondad la manifestó en el perdón absoluto a través de su Hijo, muerto por nuestros pecados.
Vittorio Messori se asoma a la Biblia y concluye que en este libro es donde Dios nos habla, pues encontramos en sus paginas enfermedades y guerras, muerte de los hijos, deportaciones y esclavitud, persecución hostilidad, escarnio y humillación, soledad y abandono, infidelidad e ingratitud de muchos, así como remordimiento de conciencia de los pecadores. PERO, TAMBIÉN EN LA BIBLIA, ES DONDE ENCONTRAMOS QUE LA ÚLTIMA PALABRA SOBRE EL SENTIDO DE SUFRIMIENTO NO ES JOB, SINO JESUCRISTO: “TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ A SU HIJO ÚNICO PARA QUE TODO EL QUE CREA EN ÉL NO PEREZCA, SINO QUE TENGA VIDA ETERNA”. ESTAS PALABRAS DE CRISTO A NICODEMO INDICAN QUE EL HOMBRE SERÁ SALVADO MEDIANTE EL AMOR REDENTOR DE CRISTO.
ES CIERTO, muchas de las experiencias difíciles en la vida podemos entenderás como “lecciones” que nos permiten crecer en la fe; lecciones que nos ayudan a iluminar mejor y proyectar positivamente nuestra esperanza, o bien, podrían servirnos para alimentar nuestro amor a Dios y al prójimo. Es lo maravilloso de poder vivir en “medio de las pruebas”, pues allí es donde aprendemos también a crecer como personas. Alguna vez leí una frase que marcó mi vida de forma positiva; decía: “amaré la luz porque me muestra el camino; sin embargo, soportaré la oscuridad porque me muestra las estrellas”. Es cierto. Esto que señalo, lo desarrolla de manera admirable, desde el punto de vista psicoanalítico, Edith Eger en un libro que es como su biografía, y que expresa que fue en medio de la oscuridad del sufrimiento y la muerte, que descubrió áreas de su ser, y fortalezas que nunca hubiera imaginado que ella tenía. El título es, por demás, sugerente: “En Auschwitz no había Prozac”, y luego, a modo de subtítulo, resume sus descubrimientos, que ofrece como propuestas para la gente de todo tipo: “12 consejos de una sobreviviente para curar tus heridas y vivir en libertad”; que es algo que los autores sagrados señalaban ya desde antiguo, y que es la propuesta que nos da la Bilibia: que hay que entregarse por completo a los brazos de Dios, para descubrirnos sus hijos y poder luchar y caminar en libertad; para poder vencer el mal, contando siempre con su compañía y su fortaleza.
Santo Tomás Moro, días antes de su muerte, sabe que Dios no le envía la prueba, ni lo castiga, sino que su muerte es fruto de la soberbia de un hombre, Enrique VIII, a quien nunca dejó de reconocer como su rey. No pide milagros, ni espera otra cosa que la muerte, como testimonio. Escribe a su hija Margarita:
…Nunca desconfiaré de Dios, Meg; aunque me sienta desmayar, sí, aunque sintiera mi miedo a punto de arrojarme por la borda, recordaré, cómo san Pedro, con una violenta ráfaga de viento, empezó a hundirse a causa de su fe desmayadiza, y haré como hizo él: llamar a Cristo y pedirle ayuda. Y espero que entonces, en ese momento, extienda su santa mano hacia mí y, en el mar tempestuoso, me sostenga para no ahogarme… Sé que sin culpa mía no dejará que me pierda. Me abandonaré, pues, con buena esperanza en El por entero. Y, si permite que por mis faltas perezca, todavía entonces serviré como una alabanza de su justicia… Nada puede ocurrir sino lo que Dios quiere, Y yo estoy seguro de que, sea lo que sea, por muy malo que parezca, será de verdad lo mejor”.