Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias
El nuevo Papa León XIV no ha tardado en poner sobre la mesa un tema urgente: la inteligencia artificial. Para muchos puede sonar lejano o demasiado técnico, pero el Papa lo tiene claro: la Iglesia no puede quedarse callada ante un cambio tan profundo como el que estamos viviendo.
Y no lo dice por moda. Lo dice porque sabe que la inteligencia artificial está transformando todo: la forma en que trabajamos, nos comunicamos, tomamos decisiones… incluso cómo vemos al ser humano. Y él, como pastor, entiende que estos cambios no son neutros: pueden ayudarnos, sí, pero también pueden alejarnos unos de otros si no se usan con responsabilidad.
No es casualidad que haya escogido el nombre de León. Su inspiración fue León XIII, el Papa que enfrentó la primera revolución industrial y nos dejó una encíclica histórica (Rerum Novarum), defendiendo los derechos de los trabajadores y la justicia social. Ahora, León XIV se encuentra ante una nueva revolución, esta vez tecnológica. Y con valentía, ya está marcando el rumbo: “la inteligencia artificial es uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo”.
Pero no es el primero que lo dice. El Papa Francisco ya lo había advertido: la tecnología no puede reemplazar la humanidad. Él hablaba de que la inteligencia artificial debe estar al servicio del desarrollo humano, y no para generar más desigualdad. Nos alertó de los riesgos de crear máquinas inteligentes pero corazones fríos. Y tenía razón.
Hoy, como creyentes, tenemos que hacernos una pregunta seria: ¿estamos dejando que la tecnología guíe nuestras vidas sin preguntarnos a dónde nos lleva? ¿O somos capaces de mirarla con ojos de fe y ponerla al servicio del amor, de la dignidad y del bien común?
Porque la Iglesia no está en contra de la ciencia, ni de los avances. Lo que defiende es al ser humano. A la persona. A ti. A mí. A todos. Y si una tecnología no respeta esa dignidad, no es un verdadero progreso.
Por eso León XIV nos invita a reflexionar, a no tragar entero, a discernir. A no quedarnos solo con lo impresionante de la inteligencia artificial, sino a preguntarnos: ¿sirve para el bien? ¿ayuda a los más vulnerables? ¿hace que este mundo sea más humano?
Este no es un llamado a tener miedo. Es un llamado a tener conciencia. A usar lo que el mundo nos ofrece, pero sin perder de vista lo que Dios nos pide. A ser responsables. A no dejar que las máquinas ocupen el lugar del corazón. Porque cuando la fe se encuentra con la tecnología, puede salir algo grande… siempre que pongamos al ser humano en el centro.
Y tú, ¿crees que la tecnología nos está haciendo mejores personas? ¿O solo más rápidos y más fríos? Hoy más que nunca, la Iglesia necesita creyentes despiertos, críticos y con los pies en la tierra… pero con el alma encendida.