Por: Aldrin García – Director Totus Noticias
Hablar de la amistad es hablar de uno de los tesoros más grandes de la vida. Todos anhelamos tener personas con quienes compartir la alegría, llorar en los momentos difíciles o simplemente caminar en silencio. Sin embargo, la experiencia nos enseña una verdad dura: no todos los que se llaman amigos lo son realmente. A lo largo del camino aparecen rostros que acompañan por un tiempo, otros que se quiebran en la tormenta, y unos pocos, muy pocos, que permanecen firmes cuando todo lo demás se derrumba. Y es ahí donde surge una metáfora que refleja con gran claridad la realidad de la amistad: existen tres clases de amigos que son como hojas, otros que son como ramas y otros que son como raíces.
Los amigos-hoja abundan. Son pasajeros, ligeros, y muchas veces encantadores. Como las hojas de un árbol, llegan para dar sombra, frescura y belleza, y por un tiempo hacen que nuestra vida se vea más verde y alegre. Son esos amigos que están en las fiestas, en los logros, en los momentos en los que hay algo que disfrutar. Pero basta un viento fuerte, un cambio de estación o la primera tormenta para que se caigan y desaparezcan. No es que sean malos, simplemente cumplen un papel transitorio. Su misión es alegrar un instante, adornar una etapa, enseñarnos que no todo el que sonríe a nuestro lado está destinado a permanecer en el futuro.
Los amigos-rama son diferentes. Parecen fuertes, sólidos, capaces de sostener peso. De hecho, muchas veces nos apoyamos en ellos para alcanzar metas, para sentirnos acompañados y seguros. Sin embargo, al igual que las ramas de un árbol, si la carga es demasiado grande o la tormenta demasiado fuerte, se pueden quebrar. Y cuando eso sucede, el dolor es grande, porque pensábamos que serían inquebrantables. Pero no siempre se trata de falta de amor; simplemente son humanos, con limitaciones, con fragilidades propias. Estos amigos cumplen esa función: recordarnos que no podemos depositar toda nuestra confianza en los demás, sino en Dios, y que la misericordia y la paciencia también son parte de la amistad.
Y luego están los amigos-raíz, los más escasos y por eso son los más valiosos. No se ven, no se exhiben, no buscan protagonismo. Están en lo profundo, en lo invisible, pero su fuerza es la que sostiene todo el árbol. Son esos amigos que oran por ti sin que lo sepas, que permanecen cuando todos se han ido, que siguen contigo incluso cuando no tienes nada que ofrecer. Son los que no se asustan de tus fracasos, de tus caídas ni de tus noches más oscuras. Están en todas las estaciones de la vida: en verano y en invierno, en primavera y en otoño. Son fieles, sólidos, arraigados a tu historia. La Palabra lo dice de manera hermosa: “Hay amigos más unidos que un hermano” (Proverbios 18,24). Y es precisamente esa raíz invisible la que impide que el árbol caiga en la tormenta, la que lo alimenta en medio de la sequía y lo mantiene firme cuando soplan los vientos más violentos.
Lo cierto es que la mayoría de las personas que llamamos amigos no lo son en el sentido profundo de la palabra. Muchos son hojas, algunos son ramas, y solo unos pocos llegan a ser raíces. Reconocerlo no debería entristecernos, sino ayudarnos a valorar cada relación en su justa medida. Las hojas nos alegran un tiempo, las ramas nos acompañan en muchas etapas, pero solo las raíces nos sostienen de verdad.
Y en medio de este discernimiento aparece el gran desafío: ¿qué tipo de amigo soy yo para los demás? ¿Soy hoja que aparece y desaparece, rama que acompaña pero se quiebra, o raíz que permanece en silencio, fiel y constante?
Al final, la amistad verdadera no se mide en los buenos momentos, sino en la capacidad de permanecer en los más oscuros. Tus verdaderos amigos son aquellos que no te abandonan cuando has tropezado, cuando no hay fiesta ni éxito que compartir, cuando lo único que queda es la vulnerabilidad.
Si encuentras a alguien así en tu vida, cuídalo, agradécele a Dios por ese regalo y nunca lo des por sentado. Y aún más importante: procura ser raíz para alguien más. Porque así como Cristo es la raíz que sostiene nuestra existencia, también nosotros estamos llamados a sostener, acompañar y dar vida a quienes más lo necesitan.