Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias
Iniciemos con una pregunta directa: ¿Por qué Petro insulta a Vicky Dávila? No es solo porque le caiga mal, ni porque no le guste el tono de sus entrevistas. Es porque ella, sin uniforme ni curul, ha hecho lo que muchos en la oposición no se han atrevido: ponerlo contra las cuerdas. No una, sino varias veces. Con pruebas. Con investigación. Con carácter. Y ahora, como si fuera poco, también como precandidata presidencial.
Sí, Vicky ya no es solo la periodista incómoda desde Semana. Ahora es oficialmente precandidata, aunque no ha dicho bajo qué partido ni qué aval la respalda. Pero eso no ha impedido que empiece a recorrer el país, a hablar con la gente, a mirar de frente las realidades que otros solo estudian en PowerPoint. ¿Y qué dicen sus críticos? Que eso es populismo. Claro, porque en Colombia caminar una vereda, abrazar a una vendedora de tinto o escuchar a un campesino se volvió sospechoso… a menos que lo haga el político de turno.
Mientras tanto, desde Palacio, Petro tuerce la boca y el trino. La llama “celosa”, dice que lo espían porque respira, y se inventa atentados cada vez que le va mal en redes o en las encuestas. Pero lo cierto es que le incomoda Vicky. Porque fue ella quien destapó los Petrovideos. Fue ella quien publicó las confesiones de Nicolás Petro. Fue ella quien reveló los audios de Benedetti y la podredumbre de la UNGRD. Y cuando eso pasa, ya no es solo periodismo. Es control. Es disidencia. Es democracia real.
Y no solo ha incomodado al presidente. También ha logrado sacar de casillas a otros precandidatos petristas como Daniel Quintero y Gustavo Bolívar, quienes no disimulan su molestia cada vez que son cuestionados.
Tan real, que hasta Ingrid Betancourt —otra mujer que sabe lo que es incomodar al poder— no dudó en decirlo con todas sus letras: “Vicky Dávila logró sacarlo de su silencio… Machismo bajo y primario”. Porque cuando un presidente reacciona con furia a la crítica de una mujer, no es solo por lo que ella dice, sino porque no soporta que sea ella quien lo diga.
Y por eso no extraña que algunos del Centro Democrático ya empiecen a mirarla con otros ojos. Porque si alguien está haciendo oposición con resultados, es ella. Mientras otros siguen atrapados en sus peleas internas, ella se planta, denuncia, investiga y ahora se proyecta. Una outsider, sí. Pero una que no está improvisando. Está haciendo la tarea. Y lo está haciendo con la gente, que es donde verdaderamente se mide el liderazgo.
Entonces viene la pregunta que incomoda: ¿está Colombia preparada para tener una presidenta? Todos dicen que sí, que ya es hora, que las mujeres tienen la capacidad. Pero apenas aparece una que no se somete, que no baja la cabeza, que no es manejable, comienzan los ataques, los desprecios y las campañas de desprestigio. Queremos una presidenta, sí… pero que no incomode, que no moleste, que no se salga del libreto —dicen algunos entre dientes— como si quisieran imponer que, si va a ser mujer, al menos que sea sumisa, moldeable y predecible.
Pues Vicky se salió del libreto hace rato. Y no va a pedir permiso para seguirlo haciendo. Porque ha demostrado que se puede construir liderazgo desde la independencia, desde la verdad, desde la confrontación directa con el poder. Que no hay que tener partido para tener respaldo. Ni aval para tener credibilidad.
Puede que todavía no tenga la estructura. Puede que no tenga el respaldo de los grandes caciques electorales. Pero tiene algo más difícil de conseguir en estos tiempos: la atención del país y la incomodidad de quienes están en el poder. Y eso, cuando se juega en política, vale más que mil pancartas.
Así que, por ahora, no subestimen a quien no vino a adornar la contienda, sino a ponerle el dedo en la llaga. Vicky Dávila está haciendo la tarea. Y si de verdad queremos cambiar el país, es momento de preguntarnos: ¿Estamos listos para tener una presidenta… o solo decimos que sí, siempre y cuando no sea ella?