Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias
Iniciemos esta semana pensando en algo muy sencillo, pero poderoso:
“Las palabras solo deben ser dichas para construir, ayudar y fortalecer. Nunca para destruir, humillar o entristecer. Si no tenemos nada bueno que decir… mejor es callar.”
¿Sabes cuántas veces al día usamos palabras que dejan huella? A veces para bien, otras para mal. Decimos cosas sin pensar, con rabia, por impulso o por ganar una discusión. Y sin darnos cuenta, podemos estar hiriendo a alguien, apagando el ánimo de otro, o simplemente alimentando el ruido que ya sobra en este mundo.
Las palabras son como semillas. Si son buenas, pueden florecer en ánimo, amor y esperanza. Si son malas, dejan cicatrices. Y lo curioso es que esas palabras que soltamos sin filtro muchas veces no se las lleva el viento, se le quedan a alguien clavadas en el corazón.
Hoy vivimos en una sociedad donde hablar fuerte se confunde con hablar con autoridad. Donde insultar parece ser sinónimo de ser “auténtico”. Solo hay que abrir Twitter (o X, como lo llaman ahora) para ver cómo se lanzan los unos contra los otros como si fuera una pelea de barrio. Políticos que trinan como si estuvieran en un ring, con apodos, burlas, indirectas venenosas… ¿de verdad así quieren gobernar?
Uno por allá llama “falso” al presidente de otro país, otro más acá dice que “ese Papa no me gusta”, mientras otros, en lugar de liderar, se la pasan diciendo que todo el que piensa distinto está vendido o es enemigo del pueblo. Y ojo, no es que no puedan opinar. ¡Claro que sí! Pero una cosa es opinar, y otra muy distinta es destruir con la lengua lo que no saben construir con el ejemplo.
Y nosotros, ¿qué hacemos con eso? Pues muchas veces, lo aplaudimos. Compartimos sus insultos como si fueran chistes, les damos retuits, los convertimos en tendencia. Nos volvemos parte del mismo ruido que tanto daño hace. Y lo peor: terminamos hablando igual. Aprendemos a reaccionar como ellos, con rabia, con sarcasmo, con desdén. Perdemos la capacidad de hablar con ternura, de corregir con respeto, de opinar sin herir.
Pero aquí viene lo más importante: todos podemos elegir cómo hablar. Todos podemos decidir si lo que vamos a decir construye o destruye. No se trata de quedarnos callados ante la injusticia, pero sí de aprender a hablar con verdad, sin dejar de lado la humanidad. De saber cuándo decir, cómo decir y también cuándo es mejor guardar silencio.
Así que esta semana, te propongo algo sencillo:
- Antes de hablar, pregúntate si lo que vas a decir ayuda, anima o sana.
- Si no es así, quizás no es el momento.
- Usa tus palabras para levantar, no para pisotear.
- Felicita más. Critica menos.
- Y si ves que alguien está equivocado, corrígelo, sí… pero con respeto.
Porque al final, no nos van a recordar por cuántas veces tuvimos la razón, sino por cómo hicimos sentir a los demás cuando hablábamos.
Que esta semana tus palabras sumen, y no resten.