¿Cambiar de partido debería ser tan fácil? Una mirada al transfuguismo político

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Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias

En Colombia está dando de qué hablar un nuevo proyecto de ley que busca regular el famoso transfuguismo político. Y usted se preguntará: ¿eso qué es? En palabras sencillas, el transfuguismo ocurre cuando un político, después de haber sido elegido por un partido, decide cambiarse a otro durante su período. Es decir, se monta con una camiseta a la campaña y, una vez gana, se la quita y se pone otra. Este proyecto busca permitir, por una sola vez, que senadores, representantes, concejales o diputados puedan hacerlo sin tener que renunciar a su cargo.

Quienes defienden esta iniciativa dicen que no siempre un político se cambia de partido por conveniencia. A veces, aseguran, lo hace por principios. Imaginemos que usted votó por alguien porque creía en ciertas ideas, pero el partido de ese político se desvió del camino. ¿No debería tener él o ella la libertad de irse a otro lugar que sí represente lo que prometió? Ese es el argumento: que cambiar de partido puede ser una forma de mantener la coherencia, no necesariamente de traicionar.

Pero aquí es donde muchos dicen “¡cuidado!”. Porque así como hay cambios honestos, también hay saltos por puro interés. Cambiarse al partido que está en el poder, por ejemplo, para conseguir contratos, puestos o favores. Es ahí donde muchos ciudadanos sienten que se burlan de su voto. Usted eligió a alguien pensando en unas ideas, y después se encuentra con que se pasó al equipo contrario sin consultarle a nadie. ¿Y la voluntad del elector? ¿Y la confianza depositada?

La reforma, además, plantea otras cosas: como aumentar el porcentaje de votos que un partido necesita para sobrevivir legalmente, y obligar a que las coaliciones que ganan elecciones se conviertan en un solo partido. Quienes apoyan la reforma dicen que esto ayudará a organizar el sistema político, evitar partidos “de garaje” y lograr que las alianzas no sean solo de ocasión. Suena bien… si se cumple como debe ser.

Sin embargo, los que se oponen ven en esta reforma una puerta abierta al desorden. Dicen que permitir que los políticos cambien de bando sin perder su curul debilita los partidos, promueve el oportunismo y rompe la confianza con la gente. Además, temen que esto se use para pescar votos en río revuelto: que el Gobierno o partidos grandes atraigan congresistas con beneficios, dañando el equilibrio del Congreso.

El transfuguismo no es nuevo en Colombia. Ya en 2003 se intentó frenarlo con una reforma que obligaba a renunciar al cargo si un político se quería cambiar de partido. Y eso tuvo buenos resultados: menos tránsfugas y más coherencia en las bancadas. Por eso, muchos dicen que esta nueva reforma sería un retroceso, un volver al pasado que ya sabíamos que no funcionaba bien.

Entonces, ¿cuál es el punto medio? Seguramente, permitir cierta flexibilidad para que un político pueda actuar según su conciencia, pero sin abrir la puerta al “sálvese quien pueda”. Porque al final del día, lo que está en juego no es solo la comodidad de los congresistas, sino el respeto por el voto de la gente, por la confianza de los ciudadanos y por la credibilidad de nuestras instituciones.

En política, como en la vida, cambiar no siempre es malo. Pero cambiar por conveniencia, sin explicaciones ni consecuencias, es otra historia. El Congreso tiene ahora la tarea de encontrar ese equilibrio justo entre la libertad de conciencia y la lealtad con el votante. Y nosotros, como ciudadanos, tenemos el deber de estar atentos, de informarnos y de exigir que quienes nos representan no jueguen con nuestra confianza como si fuera intercambiable, como una camiseta más en su clóset político.

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