Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
La noticia de que el nuevo Hitler que nos azota, tratando de modificar el orden mundial establecido, irá al funeral del papa Francisco, aunque puede ser un gesto de gratitud con el pontífice fallecido, no escapa a que más bien resulte ser un gesto de astuta voluntad para asomarse, de alguna manera, al cónclave, apoyando con su arrogancia al gringo ultraconservador del cardenal Burke y a los purpurados negados a la modernización, convertidos, con el paso de los años, en enemigos acérrimos del papa argentino.
Alistémonos, pues, para presenciar alguna otra de sus monumentales payasadas o de sus golpes matreros. El nuevo Hitler no es católico, pero, dentro del sentido imperial con que está gobernando y desencuadernando al mundo, nada de raro sería que, imitando a Carlo Magno, pretenda o adueñarse del papado, como los antiguos emperadores del Sacro Imperio, o, al menos, divida a la Iglesia y estemos cerca de presenciar un cisma que la pueda desbaratar.
Todo esto es posible, no solo porque estamos viviendo un momento de trastocamientos mundiales con el gringo, sino porque detrás de la pretendida humildad del papa Francisco se escondía una soberbia argentina que no le dejaba aceptar la división interna que crecía cual pulpo en la Iglesia.
Salvo que el Espíritu Santo baje de verdad a la Capilla Sixtina y alumbre la mente de los cardenales, la pugna parece inevitable, y hay muchos gringos, como el nuevo Hitler y el cardenal Burke, que quieren alentarla.
Pero, donde no se produzca el milagro de un cardenal conciliador, que sirva de fiel de la balanza de las fuerzas eclesiásticas encontradas, este cónclave puede resultar siendo el comienzo del tantas veces profetizado fin de la Iglesia de Pedro, como dizque lo advirtió Malaquías, el obispo irlandés.