Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
En este país, los cambios y las desapariciones de costumbres han sido voluminosos para quien, como yo, ha vivido 80 años. Hemos dejado perder o cambiar desde las costumbres hasta los valores morales. Por tanto, hemos perdido el sentido de patria. Nadie se pone de pie al oír el Himno Nacional, y mucho menos se quita la gorra para escucharlo o cantarlo.
El Día de Difuntos de este año, los cementerios —pese a que cayó domingo— estaban vacíos. Y como las flores que se ponen sobre las tumbas ya son muy pocas las naturales, las plásticas les garantizan a los muertos que en sus tumbas no hay ni flores marchitas ni agua podrida. Por ende, las visitas han ido mermando, porque ni las flores se cambian.
En Colombia hemos vivido una profunda revolución y no hemos querido admitirlo. Fueron la Revolución de los Traquetos y los efectos negativos del Concilio Vaticano los que nos modificaron los valores morales y las costumbres. Trocamos la moral del pecado por la moral del dinero.
Cambiamos precipitadamente la Constitución a mitad del camino y no nos hemos dado cuenta de que los partidos políticos se murieron. Pero tampoco de que las normas del Código Electoral son tan caducas que incitan a que los contratistas se disfracen con algunos de ellos para seguir conservando el poder.
Ya no hay movimientos guerrilleros. Hay 25 mil integrantes de los ejércitos de los traquetos, constituidos para cuidar y facilitar el cultivo de 300 mil hectáreas de coca y hacer más segura la comercialización ante mexicanos y albaneses.
Ha cambiado tanto este país, que al presidente le da lo mismo pasarse por la faja la Constitución, y ya ningún colombiano se resiste a pagar la extorsión que le cobran las bandas en todos los barrios de las ciudades grandes o los traquetos en todas las fincas.
Ya muy pocas familias rezan el rosario todas las noches, y los muchachos prefieren no hacer el amor presencial: ya tienen un celular, y ese aparatico lo hace todo.














