¿Qué hay detrás de las redes petristas? Un algoritmo con discurso propio: repite, defiende y ataca sin pensar

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Es increíble. Cada vez que miro las redes sociales y leo los comentarios en las publicaciones en contra de Petro o a favor de su oposición, veo el mismo libreto, las mismas frases, las mismas respuestas, las mismas excusas. Es como si existiera un manual invisible titulado “Cómo responder como buen petrista”, y todos lo siguieran al pie de la letra. No opinan, repiten. No argumentan, reaccionan. Todo parece espontáneo, pero huele a copia digital en masa.

Ayer inició de nuevo. Donald Trump, fiel a su estilo, lanzó una ráfaga de insultos: llamó a Gustavo Petro “líder del narcotráfico”, “lunático”, “el peor presidente que ha tenido Colombia” y agregó que “tiene muchos problemas mentales”. En cualquier otro país, eso habría sido una vergüenza diplomática; pero aquí, fue una fiesta. En minutos, el algoritmo petrista hizo su magia: las redes se llenaron de comentarios idénticos, celebrando el insulto como si fuera una medalla. “¡Por fin incomodó al imperio!”, decían unos; “Si Trump lo odia, es porque Petro está haciendo las cosas bien”, “Sin Visa, pero 100% Visajoso”, respondían otros. El insulto se convirtió en victoria, la burla en himno y el sarcasmo en bandera nacional.

Y cuando alguien osa criticar a Petro, se disparan las bodegas. Respuestas automáticas, en cadena, casi con cronómetro. En segundos, los comentarios se llenan de frases clonadas: “Uribe robó más”, “¿Y los falsos positivos qué?”, “Los verdaderos narcotraficantes son los uribistas y viven en Miami”, “Trump solo quiere adueñarse de Colombia, ya que no pudo con Venezuela”. Es el reflejo perfecto del algoritmo: una avalancha de indignación programada que no necesita cerebro, solo conexión a internet.

Si y así llega el infaltable comodín: Álvaro Uribe. Da igual si el tema es Trump, la inflación, la corrupción o el clima, siempre alguien suelta el “¿Y Uribe?”. Es la carta sagrada del petrista. Con eso, cualquier debate se neutraliza y el foco se desvía. Ya no se habla de Petro ni de sus errores: el enemigo vuelve a ser Uribe, el fantasma eterno que justifica todo.

Después, viene la alquimia política más curiosa: transformar la ofensa en triunfo. Si Trump lo llama “líder del narcotráfico”, lo interpretan como una señal de grandeza. “Es que al imperio no le gusta que un latino se les enfrente”, dicen. Y si lo tilda de “lunático”, responden: “Los genios siempre fueron incomprendidos”. Así, lo que debería preocupar al país se convierte en combustible para el orgullo.

Y como todo buen guion, aparece la parte conspirativa. “Trump lo hace porque teme a Petro”, “EE. UU. no soporta vernos libres”, “El imperio quiere tumbarlo porque ya no le regalamos nada”. Cada teoría encaja perfectamente en el relato heroico del presidente mártir que lucha contra los gigantes del norte. Y claro, si algo no encaja, se descarta: el algoritmo no admite contradicciones.

En pocas horas, las redes se llenan de hashtags idénticos, memes reciclados y frases clonadas. Parecen espontáneos, pero no lo son. Es una coreografía digital tan precisa que impresiona: cada trino del presidente es una orden, cada crítica una señal de ataque. Y los soldados de ese ejército invisible obedecen sin pensarlo dos veces.

Muchos de esos seguidores creen ciegamente en Petro. Se vuelven bots, son personas supuestamente cansadas de los mismos políticos de siempre, decepcionadas de los poderosos y esperanzadas en que este presidente sí sea distinto. Pero el apoyo se convierte en fanatismo. Y el fanatismo, aunque se disfrace de lealtad, siempre termina cegando y limitando el pensamiento.

Pero, mientras tanto, el país real sigue ahí, con los mismos problemas de siempre: la inseguridad creciendo, las empresas cerrando, la economía tambaleando y la polarización convirtiéndose en deporte nacional. Pero eso no importa, porque el algoritmo ya tiene tema del día. Hoy es Trump, mañana será Uribe, pasado será “el imperio”, y así hasta el infinito.

¿Así funciona el algoritmo petrista en las redes sociales? Sí. Convierte los insultos en trofeos, la crítica en conspiración y la reflexión en obediencia. Es la religión digital de nuestros tiempos: cada palabra de Petro es un dogma, cada ofensa extranjera una señal divina y cada colombiano que se atreve a pensar distinto, un traidor. Y mientras el país se hunde en su propio ruido, el algoritmo sigue girando, feliz, repitiendo una y otra vez su evangelio de hashtags y consignas vacías.

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