El amor es lo que nos acerca a Dios

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XXIII Domingo de Tiempo Ordinario

Por: P. Miguel Ángel Ramírez González

En una clase de moral, un joven preparatoriano despotricaba en contra de la Iglesia, la cual identificaba con el clero y las viejitas piadosas. Le comenté que la Iglesia somos todos, y esta fue fundada por Jesús no como club de asociados y seres perfectos, sino como una comunidad llamada por Dios para vivir el camino de la fe en el amor y la conversión constantes. Pertenecer a ella no elimina nuestras debilidades, de modo que la Iglesia es santa por estar Dios mismo en su corazón y su vida, pero es pecadora porque la formamos hombres y mujeres en estado constante de conversión.

Y luego, añadí, esta fe en Cristo y por Cristo al Padre, la vivimos mediante una fe activa que llamamos AMOR-CARIDAD, y que debemos hacer crecer día a día. De este modo, crecer en la fe en Dios y amar más y mejor, se convierten en las metas de todo un proceso que nos lleva toda una vida, a sacerdotes y laicos, a monjas y mujeres casadas. Pero no siempre nuestra fe está libre de dudas, ni nuestro amor deja de tener muchas escorias.

Teresa de Calcuta fue canonizada el año 2016 por el Papa Francisco. Teresa fue una mujer que entendía la fe en Cristo como una expresión de amor al prójimo en todas sus formas. Como san Juan Evangelista, Teresa era consciente de que, si no amamos y perdonamos a todas las personas, la fe está muerta. Decía Teresa:

“Cada obra de amor, llevada a cabo con todo el corazón, siempre logrará acercar a la gente a Dios”.

El evangelio lo enseñaba Teresa con frases breves, sencillas y comprensibles, como cuando afirma:

“Darle a alguien todo tu amor nunca es garantía de que él también te amará; pero no esperes que te amen, sólo espera que el amor crezca en el corazón de la otra persona. Y si no crece, sé tú feliz porque creció en el tuyo.

Pues bien, en la Misa de canonización de esta mujer, el Papa hizo una pregunta esencial para toda persona: “¿Cuál es la voluntad de Dios?”. Es una pregunta que todos nos hacemos a cada momento de la vida y debemos responder con fe y confianza. Teresa respondió con una vida moldeada en el amor por los despreciados.

Y yo creo, hermanos, que hacer la voluntad de Dios se realiza con nuestros actos, todos y cada uno de ellos, con cada una de nuestras decisiones, y por la manera en que nos relacionamos con las personas que aparecen en nuestro camino de la vida; pero debemos hacerlo con entrega pues no existe el santo perfecto que no necesite cambiar, ni alguna persona que no tenga una luz en el corazón para compartir. Estarán de acuerdo conmigo que amar como Jesús, entregar la vida por los hermanos, perdonar 70 veces 7, es dificilísimo si no contáramos con la ayuda del mismo Dios, y si no nos apoyáramos en su gracia. Amar no es fácil, pero debemos hacerlo; por eso decía Teresa de Calcuta:

“Algunas personas vienen a nuestra vida como bendiciones. Algunas vienen a nuestra vida como lecciones”.

Creo que no hay que explicar mucho, pero todos sabemos que, cuando vienen a nosotros personas que son difíciles, que nos hieren, que nos desilusionan o nos enfrentan, aprendemos muchas cosas, pero, sobre todo, el perdón, pues sabemos que nos seres perfectos; por eso son lecciones. Lo mismo, las hay que dejan una huella en la vida de nosotros, y son como bendiciones de Dios, a través de las cuales nos hace ver su amor, su protección y su providencia. A mi edad, no puedo sino decir que he recibido más personas-bendición que personas-lección.

De las que son lecciones, decimos que, en ocasiones los sacrificios son muy grandes, pero nada debe hacernos flaquear, pues Jesús no se dejó vencer ante nuestra fragilidad: “si alguno quiere seguirme y no me prefiere… y el que no carga mi cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (cf. Lc 14, 25-33). La Cruz grande la tomó Él, la pequeña nosotros.

El mismo san Agustín, ya al final de su vida, señalaba en una de sus obras que “la bondad de las personas se mide no por su fe o por su esperanza, sino por su amor, no por lo que cree o espera, sino por lo que ama”. Es cierto, el amor al prójimo es como el sacramento sensible de la fe y la esperanza; la explicación es sencilla, y es que quien ama de verdad, demuestra su comunicación diaria con el Espíritu de Dios, que es amor. De este modo, al estilo de san Juan evangelista, si no amo, mi fe está muerta. Y hay algo más, el pecado en su raíz es la falta de amor, pues no amar significa no valorar la entrega de Cristo en la cruz. Urs Von Balthasar, el teólogo suizo, lo dice muy bien: “al mirar al crucificado se pone de relieve el egoísmo de lo solemos llamar amor: en último término decimos un no a lo que Cristo, por amor, dijo un sí”. Quien no ama, quien no perdona, quien no hace el bien, es enemigo de la Cruz.

Respecto al modo de amar, ¿cómo podemos amar en verdad?

Pues bien, ver las cosas y las personas desde Dios y amar como Él, es justamente lo que el texto de la 2ª lectura nos quiere expresar (Fil 9-10. 12-17). ¿Conocen la historia? Aquí Pablo se dirige a Filemón en uno de los textos más extraordinarios y revolucionarios del Nuevo Testamento. Pablo escribe esta carta para salvar a un esclavo que se llamaba Onésimo. Este esclavo había cometido el grave error de escapar de la casa de su amo, tal vez inclusive después de haberle robado. La pena para el esclavo era la muerte, porque los esclavos eran considerados una propiedad, la cual se podía vender, regalar o destruir. Por eso Pablo le escribe a Filemón, para recordarle que ahora es cristiano, y que un cristiano, por su fe, debe de ver las cosas y las personas desde Cristo; por eso mismo, no solamente debería perdonar la vida a Onésimo, sino que debía tratarlo en adelante como un hermano “amadísimo”:

“recíbelo como a mí mismo… Tal vez él fue apartado de ti por breve tiempo, al fin de que lo recuperaras para siempre, pero YA NO COMO ESCLAVO, sino como algo mejor que un esclavo, como HERMANO AMADÍSIMO…” (Fil 9-10. 12-17).

Esta carta es como una especie de testamento lleno de amor pastoral de Pablo, que sabe que debe educar sobre el fundamento del amor en el perdón: Jesús y su cruz reconciliadora.

El argumento que maneja Pablo no es ético ni humanista, sino teológico: Onésimo no puede ya ser esclavo, no solamente porque es hombre como todos, sino porque ahora es cristiano, y por lo mismo “hermano en el Señor”. En este punto, San Pablo hace juego de palabras con el nombre de Onésimo, que en griego significa “útil”. “Él, un día, te fue inútil [huyendo y rebelándose], ahora es útil a ti y a mí” (v. 11).

Aquí se nos revela el argumento más fuerte sobre el perdón y la reconciliación, como expresiones de amor: todos somos pecadores, pero todos somos perdonados por Dios en Jesús, de modo que nos hermana no solamente nuestra condición humana, sino nuestra fe en Cristo.

Pablo se despide de Filemón con la confianza de un amigo y un hermano: “Entre tanto, prepárame, oh Filemón, un alojamiento, porque gracias a sus oraciones, espero ser restituido a ustedes” (v. 22).

No sabemos nada de la respuesta de Filemón, aunque seguramente perdonó a Onésimo, permitiéndole luego regresar con Pablo para ayudarle en su trabajo pastoral. La tradición señala que el esclavo Onésimo fue obispo y murió mártir en Bizancio. El perdón hizo de Filemón un cristiano coherente con la fe, y a Onésimo le permitió, convertido, vivir la vocación que Cristo le había preparado. El perdón, como fruto de la misericordia, nos coloca en el río de la salvación de Dios, de modo que, al perdonar, estamos dejando que la fuerza sanadora de la Cruz de Cristo nos alcance y nos transforme. Además, la persona que perdona está pidiendo a Dios la misma misericordia que ejerció con el hermano.

Si esto es así, debemos hacer hoy un examen de conciencia:

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo amar y perdonar? ¿Por qué libamos gota a gota el vinagre del rencor, creyendo que con eso la persona que nos hizo daño de alguna manera “pagará” su maldad? ¿Por qué no hemos dejado que el Evangelio realmente penetre nuestros corazones y actuar como Jesús nos pide? ¿Somos conscientes de que el juicio final será sobre el amor, a Dios y al prójimo?

La respuesta es que nos falta la sabiduría que da solamente la fe. Es por eso que la primera lectura del libro de la Sabiduría señala: “¿Quién puede conocer tu voluntad, si tú no le das la sabiduría y le envías tu santo espíritu desde el cielo? Así se enderezaron los caminos de los habitantes de la tierra; los hombres aprendieron lo que te agrada y se salvaron gracias a la sabiduría” (Sab 9, 17-19 versión de la Biblia de Jerusalén).

Sólo cuando reconocemos la misericordia de Dios por nosotros y cuando entendemos que su perdón hacia cada uno es impagable, es cuando empezamos a descubrir que, sobre la justicia, debe de estar siempre el amor-misericordia.

San Pablo inició una revolución al expresar que ante Dios no hay esclavos o amos, hombres o mujeres, sino solamente hijos de Dios en Cristo; y nosotros podríamos empezar una revolución interior al empezar a perdonar y amar al prójimo, cosa que nos acercará más al corazón misericordioso de Dios. Y quién sabe, tal vez a la persona que perdonamos le dimos la oportunidad de enderezar su vida y alcanzar la santidad, como cuando Filemón perdonó a Onésimo.

El Papa Francisco decía en la homilía de canonización de Teresa de Calcuta que “Los protagonistas de la historia son siempre dos: por un lado, Dios, y por otro, los hombres. Nuestra tarea es la de escuchar la llamada de Dios y luego aceptar su voluntad. Pero para cumplirla sin vacilación debemos ponernos esta pregunta.

¿Cuál es la voluntad de Dios?”. El Papa señaló más adelante: “Estamos llamados a concretar en la realidad lo que invocamos en la oración y profesamos en la fe”. El modo concreto que usó Teresa fue el amor hacia aquellos que la sociedad ya había marginado o negado el derecho a la vida. Pablo pidió a Filemón que “concretara” su caridad a Onésimo por medio del perdón y la reconciliación, falta descubrir ahora qué nos pide Dios a cada uno de nosotros.

Teresa de Calcuta, no fue una gran escritora, pero sus frases breves eran un tratado sobre las bienaventuranzas. Hoy nos regala esta flor que es casi “florecilla franciscana”:

¿El día más bello? Hoy

¿La cosa más fácil? Equivocarse

¿El obstáculo más grande? El miedo

¿El mayor error? Abandonarse

¿La raíz de todos los males? El egoísmo

¿La distracción más bella? El trabajo

¿La peor derrota? El desaliento

¿El regalo más bello? El perdón

¿La primera necesidad? Comunicarse

¿Lo que nos hace más felices? Ser útiles a los demás

¿El misterio más grande? La muerte

¿El peor defecto? El mal humor

¿La persona más peligrosa? La mentirosa

¿El sentimiento más ruin? El rencor

¿Lo más impresindible? El hogar

¿La ruta más rápida? El camino correcto

¿La sensación más grata? La paz interior

¿El resguardo más eficaz? La sonrisa

¿El mejor remedio? El optimismo

¿La fuerza más potente? La fe

¿La mayor satisfacción? El deber cumplido

¿Los mejores profesores? Los niños

¿Las personas más necesarias? Los padres

¿La cosa más bella de todas? El amor

Con el salmista decimos hoy a nuestro Padre Dios: “Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será toda la vida. Venga a nosotros la bondad del Señor nuestro Dios, consolida la obra de nuestras manos” (Sal 89 (90), 14. 17). Que así sea.

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