Por: Aldrin García Balvin – Director de Totus Noticias
Gustavo Petro lo volvió a hacer: presentó una nueva reforma tributaria, esta vez con la promesa de recaudar más de 26 billones de pesos para cubrir el hueco fiscal del 2026. Pero seamos francos: con sus antecedentes, lo más seguro es que esta reforma no pase del papel y termine en el mismo cementerio legislativo donde ya descansan varias de sus apuestas. Y ahí está el truco: cada entierro no lo debilita, lo alimenta. Petro ha hecho de la derrota su estrategia, del fracaso su bandera y del papel de víctima su mejor libreto.
No es un fenómeno nuevo. Su gobierno ya vio morir la reforma a la salud en el Senado, presenció cómo la reforma política fue sepultada dos veces y sufrió la caída de la laboral antes de que la revivieran entre marchas y discursos. Hasta la pensional, que parecía avanzar, fue devuelta por la Corte por errores de procedimiento. Y en todos esos episodios, Petro no apareció como un presidente que perdió, sino como un líder al que no lo dejan gobernar.
Ese papel de mártir es rentable. Le permite encender la calle, movilizar a sus seguidores y repetir que gobierna contra todos: contra el Congreso, contra las élites, contra las Cortes, contra los de siempre. La estrategia funciona porque convierte un problema político en un relato épico. Mientras sus proyectos se hunden, él se levanta como la voz de un pueblo supuestamente silenciado.
Pero detrás de esa narrativa hay una verdad incómoda: muchos proyectos no se han caído por culpa del Congreso, sino por errores propios. Textos mal redactados, cálculos fiscales débiles, improvisaciones técnicas y una coalición rota por el mismo presidente. Es más sencillo culpar al sistema que asumir responsabilidades, más fácil posar de víctima que hacer el trabajo difícil de negociar y ceder.
Con la nueva tributaria, el guion ya está escrito. Si el Congreso la hunde, Petro se levantará como víctima de las élites que no lo dejan gobernar. Si avanza recortada, culpará a los congresistas de haberla mutilado. En ambos casos, el presidente gana relato. El problema es que, mientras él gana en el discurso, el país pierde en confianza, estabilidad y gobernabilidad.
Petro insiste en mostrarse como el presidente que lucha contra todos, el mártir que resiste en medio de la tormenta. Pero el país no necesita mártires, necesita soluciones. No necesita discursos de bloqueo, sino puentes para construir acuerdos. Cada reforma que nace para morir no solo es una oportunidad para que Petro se victimice: también es una señal de que la política dejó de ser el arte de gobernar para convertirse en un espectáculo de confrontación.
La pregunta que queda es simple: ¿hasta cuándo seguiremos aplaudiendo el show del presidente mártir, mientras Colombia sigue esperando menos excusas y más resultados?