Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
Cuando Carrasquilla y Duque le aventaron en la cara la reforma tributaria al pueblo colombiano, se armó la tropelía y tuvimos el gravísimo estallido social.
Ahora el presidente Petro y su desconocido ministro de Hacienda, en un acto tan alcabalero como el cometido aquellos días, pretende que el Congreso le apruebe una hiriente reforma tributaria donde solo falta cobrarle impuesto a la entrada al inodoro o al orinal.
La lista de tributos y la minucia con que los han buscado parecen ser una actuación del marido decapitado de María Antonieta, unos días antes de que comenzara la revolución de los franceses, y no el grito desesperado de un gobierno sin plata.
Usando el eterno sistema español de cobrarle impuesto a lo que la Iglesia inquisidora llamaba “los vicios”, arrancan con un alza de tarifas impositivas para vinos y licores, juegos de azar presenciales o por el sistema online. Le quieren cobrar impuestos a los compradores y a los vendedores de bienes raíces, es decir, al Ingenio Manuelita si vende una o mil hectáreas de tierra o si las compra, y de igual manera al dueño que venda un apartamento en Tunjuelito o al que lo compre.
Le cobrarán impuesto al recambio de neveras viejas por nuevas. Y, como si fuera poco, le subirán la tarifa de impuesto a todas las instituciones financieras y a las bolsas de productos agroindustriales, de manera suicida para la inflación.
Por supuesto, modifican el IVA para incluir bienes de consumo diario que no caían en esa inmisericorde expropiación del bolsillo del colombiano común, y reventarán la canasta familiar, dejando vacíos los estómagos de muchos miembros de los hogares colombianos.
Obviamente, no se corta el chorro del gasto del Estado ni se paran en seco las contrataciones por OPS, ni el exceso de volver electores a sueldo a los beneficiarios de los subsidios.
¿Será que se quiere ahorcar al país en plena campaña electoral para que, ante la rebotada general, suspendan las elecciones y nos dejen jodidos a todos?