Un alma generosa que conquista redes sin mostrar su rostro.
Esa es la frase que mejor describe a Camilo Cifuentes, el joven manizaleño que se ha convertido en un fenómeno en redes sociales gracias a sus gestos de bondad silenciosa. Sin hacer alarde de su identidad, sin mostrar su rostro y sin buscar protagonismo, este creador de contenido ha tocado millones de corazones con una fórmula poco común: comprar lo que nadie quiere, darlo a quienes más lo necesitan y hacerlo todo con una sonrisa y sin prisa.
«Yo afán no tengo»: el lema de un corazón enorme
Quien ha visto sus videos en TikTok, Instagram o Facebook reconoce inmediatamente su voz tranquila y su famosa frase: «yo afán no tengo». Esas cuatro palabras se han convertido en su sello personal y resumen el espíritu de cada acción que realiza.
Camilo se acerca a vendedores ambulantes, les compra todos sus productos —desde empanadas y flores hasta jugos, manillas o hamburguesas— y no solo paga el precio completo, sino que en muchas ocasiones paga de más, como un gesto de agradecimiento por el esfuerzo diario de estos trabajadores informales. Luego, con la misma calma, reparte lo comprado entre personas en situación de calle. Una ayuda doble: gana quien vende y gana quien recibe.
Lo curioso, y quizás lo más admirable de su caso, es que nunca se muestra. En una era donde las redes sociales están plagadas de rostros buscando fama, likes y validación, Camilo ha decidido mantenerse en el anonimato. Graba al otro. Mira al otro. Resalta al otro. En sus videos, la emoción no está en el influencer, sino en el beneficiado.
La mayoría de los videos de Camilo superan fácilmente el millón de reproducciones. Las reacciones no se hacen esperar: miles de comentarios agradecen su labor, comparten experiencias similares o simplemente se emocionan con las lágrimas y sonrisas de quienes reciben su ayuda. Su contenido se ha vuelto viral no por espectáculo, sino por empatía, solidaridad y humanidad.
En una de sus historias más vistas, se acercó a una joven vendedora de fresas con crema y le pidió 20 porciones. Cuando ella le explicó que no tenía tantas listas, él respondió, fiel a su estilo: «Tranquila, yo afán no tengo». No solo esperó, sino que le pagó mucho más del valor real y luego le entregó una cajita llena de regalos para fortalecer su negocio. Esa grabación conmovió a millones.
En otro caso, compró todas las flores a un anciano florista y se las regaló a madres y abuelitas que encontró por el camino. El florista, entre lágrimas, le dijo: «Nadie me había comprado así en años.» Así es Camilo: no deja huella en las redes, deja huella en el alma.
Camilo Cifuentes es originario de Manizales, y aunque algunos medios han intentado entrevistarlo, él ha dejado claro que su propósito no es volverse famoso. Lo suyo es otra cosa: una cruzada personal por demostrar que se puede ayudar sin figurar.
A través de su frase insignia —“Yo afán no tengo”— invita, sin decirlo directamente, a desacelerar. A mirar al otro. A dar lo que se tiene. A usar las redes sociales no solo para entretener, sino para transformar.
El joven manizaleño ha logrado algo que muy pocos creadores de contenido alcanzan: viralizar la bondad. Y lo ha hecho sin branding, sin rostro, sin filtros ni montajes. Solo con empatía, generosidad y una convicción silenciosa pero poderosa: cuando ayudas de corazón, no necesitas aparecer.
En tiempos de individualismo y egos inflados, Camilo nos recuerda que servir al otro es también una forma de brillar. Que la humildad no necesita espectáculo. Y que las grandes transformaciones empiezan con un pequeño acto de amor.
Hoy, su cuenta sigue creciendo. Más personas se suman a su comunidad, lo admiran, lo replican, lo siguen. Pero lo más importante no son los seguidores que tiene, sino las vidas que ha tocado.
En un país tan marcado por la desigualdad, la historia de Camilo Cifuentes es un susurro que se volvió grito. Y aunque no sepamos cómo luce, todos sabemos cómo se siente encontrarse con alguien como él.
Porque en un mundo de afán, él decidió ir despacio.
Y en un mundo de apariencias, él eligió el servicio.