Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
He podido llegar hasta hoy porque, uniendo fortaleza, atrevimiento y disciplina, logré volver herramienta de vida la imaginación.
Admito que fui un niño precoz y quizás fastidiosamente adelantado. No lo pude constatar sino el día que me dieron, siendo ya universitario, el resultado del IQ con el que estigmatizaban sin compasión. Apreté en aquel momento una de mis características miradas pícaras con que le sonrío a la vida, a sus golpes y a sus laureles, y seguí viviendo sin contárselo a nadie para no ir a humillar a ninguno.
Más bien ejercí a plenitud mi generosidad para repartir aquí y allá, en desarrollo de ese don que seguiré teniendo mientras me funcione la lucidez. He acertado muchas veces, pero también me he equivocado, y bastante. Tuve que ir y volver hasta aprender a saber decir no. Tal vez por ello parezco antipático o presuntuoso cuando respondo. Pero, por la misma razón, no creo en perdones ni en pecados.
Mis padres me forjaron en la moral de sus mayores y yo la adapté al descreimiento absoluto sobre el poder de los códigos de comportamiento decretados. Maniático en el cumplimiento de mis horarios o de mi agenda, he manejado el tiempo cuando me inundó la libertad o cuando la envidia me decretó su pérdida.
Afinado en observar las reacciones de mi cuerpo y en tomar medicamentos para escapar de las maluquerías, me volví un experto conocedor de mis desventuras físicas, al punto que puedo discutir con mis médicos sus interpretaciones. Mentalmente no me he puesto a riesgo, pero he logrado gozar hasta en las curvas del devenir.
Llego satisfecho a los 80 años, habiendo vivido y aprendido con las dudas y el irrespeto a los dogmas. Aspiro a seguirlo haciendo mientras esquivo los tropiezos de la edad, exigiendo —eso sí— que se respete mi protocolización de voluntad anticipada, que hice ante el notario de Roldanillo.
No pudiendo brindar para no torear mi fragilidad hepática, hoy, 31 de octubre, al cumplir 80 años, levanto la copa imaginaria para honrarme —sin ser brujo— por tenerlos a ustedes: mis oyentes, mis lectores, mis seguidores.
¡Salud!


 
			
 
			
 
		 
		 
		










 
		 
		 
		 
		 
		 
		 
		 
		
