Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
En la década del 90 del siglo pasado, Gaviria era presidente y yo me desempeñaba como alcalde de Tuluá. Por algún antojo de la CIA o una jugada política con miras a la OEA, Gaviria permitió que un grupo de mariners de los Estados Unidos llegaran a Juanchaco a dizque hacer una escuelita.
Hubo revuelo nacional y yo, orgullosamente, lo lideré. Consideraba que, para ingresar tropas extranjeras al territorio nacional, se requería permiso del Congreso. No pudiendo movilizar ni tropas ni guerrillas para ir románticamente a enfrentarlos, decreté que en todos los edificios públicos de Tuluá se izara a media asta la bandera mientras los gringos estuvieran en Colombia.
Algún abogado demandó la autorización presidencial ante el Consejo de Estado. Los gringos terminaron por irse, y después se supo que lo de la escuelita era una fachada y que ellos habían llegado a instalar unos sonares en la salida de la bahía, para controlar a los primeros submarinos hechizos en que sacaban droga de la costa pacífica.
De allá a acá, Colombia ha cambiado mucho. Algún presidente lambón con Washington firmó un convenio y las US Army se introdujeron en por lo menos seis bases militares colombianas. Para que las tropas, o los mariners, lleguen a Bahía Málaga, una de las bases colombo-gringas, ya no se requiere permiso, sino recibirlas.
No importa que el presidente de Colombia sea de izquierda, de derecha o de la torcida, como el que ahora tenemos. La semana pasada, en desarrollo de la operación UNITAS 2025, o de la llegada del buque hospital, entraron al país al menos 120 mariners. Nadie protestó.
Por supuesto, como llegan a zona de guerra entre el Clan y los elenos. Como Buenaventura tiene chotas y espartanos enfrentados. Como la Fiscalía debe tener convenios antidrogas con los gringos, y el puerto es territorio manejado por traquetos y contrabandistas, a nadie se le ocurrió pensar que no vienen a lo de UNITAS, sino a meter las manos en la gazapera nacional.