Por: Juan José Gómez
Siempre he respetado y a pesar de la decepción que ahora siento siempre me propongo respetar la recta administración de la justicia colombiana, porque si no lo hiciera no quedaría una Patria que pudiera llamar mía, ya que aun teniendo que soportar la durísima situación de apatridia de un ciudadano leal, la preferiría antes que vivir en una sociedad sin justicia, que bien puede decirse que es la primera de las necesidades existenciales del ser social.
Pero hoy, como ciudadano colombiano y sintiendo vergüenza ajena debo decir que me siento profundamente indignado ante lo que mi propia razón y los informes suministrados públicamente por reconocidos juristas y tratadistas colombianos me han hecho conocer en relación con el sesgo de origen ideológico, implícito en la condena contraevidente de que ha sido objeto el señor expresidente de la República, eminente patriota, ilustre estadista y hombre de bien, doctor Álvaro Uribe Vélez, dos veces presidente de Colombia y sin lugar a dudas uno de los mejores sino el mejor mandatario que hemos tenido en nuestra historia republicana.
Según las razonables explicaciones de exmagistrados y penalistas colombianos, las cuestionables pruebas esgrimidas contra el doctor Uribe fueron obtenidas de forma ilegal. Se le mintió al procesado cuando con la mayor corrección indagó por la existencia de sumarios en su contra; se le vulneró ilegal y deliberadamente la confidencialidad entre cliente y abogado; se le violó también deliberadamente la privacidad de sus comunicaciones sin previa orden judicial; se toleró la edición de una grabación de la voz del abogado con el expresidente obtenida sin su conocimiento; se le dio credibilidad que no merecía al testimonio de unos sujetos con graves antecedentes de conducta delictiva debidamente probada y justamente penada por las leyes colombianas, con el agravante de que por su personal antipatía por el doctor Uribe demostrada muchas veces durante sus comparecencias, claramente introducían un elemento de duda razonable de estar procediendo con mendacidad y retaliación.
Por otra parte, durante el juicio televisado, donde una de las presuntas víctimas -y de las más exigentes- era nada más ni nada menos que el exmagistrado de una alta Corte, exfiscal general de la Nación y actual ministro de Justicia de Colombia, quien al comienzo estuvo presente y actuante; se pudo ver como existía una silenciosa complicidad con un senador comunista de la República, contradictor y adversario político del expresidente e inspirador y sostenedor del proceso en su contra, al que se le tributaba en todo momento una especie de amistosa aunque callada pleitesía, hechos que al final influyeron (se sospecha que en grado superlativo) al cuestionado fallo, como quedó evidenciado en la redacción de una larga y confusa sentencia carente de proporción y de sindéresis, en la que no se pudo evitar que de trecho en trecho apareciera un hilo conductor que denunciaba las enseñanzas de Marx y de Gramsci
He leído por ahí que el señor Petro, que de alguna manera tenía mucho interés en este juicio ya que en él se debatía si su línea ideológica se sobreponía a la justicia, quedó muy satisfecho del resultado y hasta salió en anticipada defensa de la juez, ante el temor de que cualquiera de los millones de seguidores de la víctima tuviera una mala reacción.
Me apresuro a manifestar mi convicción de que la ya conocida operadora judicial con toda su radicalidad ideológica puede estar tranquila pues los uribistas que por definición son partidarios de la libertad dentro del orden, de la justicia y de la democracia, hasta donde yo conozco son personas normalmente pacíficas en su mayoría, por no decir que aguantadoras por efectos de una antigua y deficiente educación política.
Lo que si me parece muy difícil es que esa señora evite o encuentre quien pueda defenderla con éxito del severo juicio de la historia ante la afrenta que le hizo a la justicia, que por la inocencia de la conducta del señor expresidente, por su importancia y dignidad, por su prestigio nacional e internacional y tomando también en consideración las peculiaridades de ese juicio, tienen la vocación de convertirse en un poderoso factor de variadas consecuencias, entre ellas algunas electorales, que aunque por ahora no lo parezca porque sus beneficiarios están embriagados de satisfacción y triunfo, a la postre no le gustarán ni a Petro, ni a Cepeda, ni al marqués digo al Pastor Sade, ni a Montealegre, ni a Benedetti ni a Jaramillo, ni a ninguno de esas extrañas personas que conforman el Pacto Histórico, que de alguna manera recuerdan a los protagonistas de la Revolución francesa de 1789 tales como Robespierre, Danton, Marat, Hébert, Saint-Just, Desmoulins, Madame Roland, etc, que seguramente no tendrán el mismo fin de aquellos porque en Colombia por fortuna para ellos no hay guillotina.
Algunos de los columnistas que suelo leer y que se han ocupado profusamente de este asunto no tienen fe en que la apelación ante el Tribunal de Bogotá o la casación si el juicio llega a escalar hasta la Corte Suprema de Justicia corregirá este fallo inicuo, porque parten de la base de que el virus petrista ha infiltrado todas las instituciones republicanas.
Espero que no sea cierta tamaña atrocidad, porque supondría el fin de la justicia, de la libertad y de la democracia y el acabose del Estado de Derecho, en cuyo caso el pueblo tendría la plena justificación para rebelarse – y me parece que lo haría- con todas sus consecuencias.
Mas bien quiero creer que los genes de respetables antepasados y las sabias y cristianas enseñanzas que muchos de los dirigentes sociales de la actualidad, entre ellos jueces y magistrados, recibieron de sus progenitores y de sus maestros y profesores, lo mismo que el recorrido familiar, personal y profesional que han realizado por una existencia vivida con rectitud y decencia en el pensar y en el obrar, hacen esperar que por fin la justicia se impondrá y el eminente colombiano que es el expresidente Uribe Vélez, a quien tanto debemos sus compatriotas por una vida meritoria y ejemplar al servicio de Colombia, recibirá con la libertad la satisfacción que merece por el injusto baldón con que adversarios y enemigos políticos han querido mancharlo, mediante una odiosa instrumentalización de la justicia que los colombianos demócratas rechazamos con firmeza.














