Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
En la carretera entre Tuluá y Andalucía hay una curva que siempre se la ha llamado la «Curva de las Feas». Esa curiosa denominación proviene desde los tiempos de la Colonia, cuando el camino de Buga a Cartago daba un giro al oriente bordeando el pie de monte de la cordillera central, tratando de esquivar los casi siempre permanentes pantanos y guaduales que se formaban en la orilla del río Morales. Quien quería pasar en su cabalgadura, las veía fea.
Con el paso del tiempo se fue volviendo un referente geográfico, y se recrudeció luego de que la carretera fue pavimentada. Los accidentes de vehículos en esa curva se han sucedido con demasiada frecuencia, como si en ella hubiese algún maligno asignado. Por correspondencia popular, comparar los malos ratos que se pasan en la vida llevó a decir de quien los sufre que “está pasando por la curva de las feas”.
Eso mismo podemos decir muchos colombianos hoy de lo que le está pasando al presidente Petro y, por ende, al país. El mandatario anda en mala racha, y como las vacas en el pantano, mientras más trata de salir de allí, más se empantana. Su entrevista con Coronel le secó los labios por exceso de megalomanía. Sus respuestas agresivas al emperador de Washington que lo amenaza fuete en mano, las contesta el colombiano Moreno, senador en la capital del imperio, advirtiendo que Colombia no será sancionada, pero que Petro y su familia recibirán el peso de los hipócritas castigos gringos.
En palabras más entendibles, Petro está pasando por la curva de las feas porque lo meterán en la Lista Clinton, lo igualarán a Maduro y hasta ofrecerán una jugosa recompensa a quien lo capture para derrocarlo. El embajador en Washington seguirá sin hablar con Trump, y los muchos aspirantes a presidente de Colombia hasta se quedarán como los viajeros de la carretera vallecaucana: mudos, viendo pasar trabajos a Petro en el pantano mientras el gringo lo ahoga.














