Por: Aldrin García Balvin – Director Totus Noticias
La política colombiana está en modo “reality”. Cada semana trae su episodio, sus protagonistas, sus frases virales y, por supuesto, su escándalo. Esta vez le tocó a Medellín ser el escenario principal, con luces, cámaras, tarima y una fotografía que todavía tiene a muchos con la boca abierta: el presidente Gustavo Petro compartiendo micrófono con varios exjefes de bandas criminales, trasladados desde la cárcel para hablar de “paz urbana”. Sí, leyó bien: de la cárcel a la tarima. Y el país entero viendo cómo se nos revuelca otra vez el estómago colectivo.
No era ficción. En plena Plaza de La Alpujarra, los alias más temidos de la llamada Oficina –“Douglas”, “Tom”, “Pesebre” y compañía– subieron como invitados especiales del Gobierno nacional. Según Petro, no eran criminales sino “voceros de paz”, o mejor dicho por el mismo “Son personas en rehabilitación”. Pero para buena parte de la ciudadanía, fue un acto de revictimización, una bofetada a los que han sufrido la violencia en carne propia. Y si la imagen fue fuerte, las palabras lo fueron aún más: los exjefes no solo hablaron de reconciliación, también aprovecharon para lanzar dardos contra el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, acusándolo de tener supuestos pactos con ellos en el pasado.
Fico, como era de esperarse, estalló. Trinó que el presidente lo estaba poniendo en riesgo, que legitimar a los criminales era premiar la barbarie y que la ciudad no merecía ese espectáculo. Uribe, Galán, Rendón y medio país político le dieron la razón. En medio del revuelo, Petro respondió con lo suyo: cambió de tema y recordó el escándalo de la Lotería de Medellín, donde la esposa de un exdirectivo se ganó un seco con millonario premio. “¿No será peor eso?”, insinuó, como quien dice “el que esté libre de pecado que tire el primer trino”.
Es que pasamos de hablar de bolitas calientes en la Lotería a tarimas compartidas con delincuentes. Y todo bajo el argumento de que estamos construyendo paz. Pero una cosa es buscar la reconciliación y otra muy distinta es convertir a los victimarios en estrellas. Mientras tanto, la ciudadanía mira este desfile con incredulidad, preguntándose en qué momento pasamos de exigir justicia a aplaudir a quienes la rompieron.
Y aquí es donde aparece el oportunismo político. Porque nadie se quiere quedar por fuera del show. Daniel Quintero, exalcalde de Medellín y figura cercana al Gobierno, aprovechó la coyuntura para hacer lo suyo: presentó una denuncia penal contra Fico Gutiérrez, basada en lo que dijeron los exjefes criminales, en entrevista y Ruedas de Prensa. Según él, esos mismos capos que hoy abogan por la paz, en su momento trabajaron en campaña con Gutiérrez y le ayudaron a llegar al poder. Que lo apoyaron, que nombró a su contacto en la Secretaría de Seguridad, y que todo eso está documentado. ¿Las pruebas? Las declaraciones de los exdelincuentes. Así, sin más. Buena pregunta.
Es decir, un exalcalde usa las palabras de unos exdelincuentes en un acto del presidente para denunciar penalmente a su rival político. Mientras tanto, el actual alcalde acusa al presidente de legitimar a esos mismos delincuentes. Y el presidente dice que los de antes también tenían pactos, pero en secreto. Todo esto mientras las redes sociales se revuelcan en una guerra de trinos, memes, videos y hashtags que cambian cada tres horas.
En esta película nadie es inocente. Petro se fue a Medellín con el libreto listo: mostrar que su modelo de “paz total” también sirve en las ciudades. Pero lo que se vio fue un acto más político que institucional, con Daniel Quintero en primera fila (¿Participación en política?), el discurso preparado, y una narrativa que se notaba coreografiada. Fico, por su parte, reaccionó con indignación, pero también con tono de campaña. Y Quintero, que hace rato está en modo candidato, aprovechó las redes para posicionar su versión de los hechos. Al final, todos ganaron cámara. La ciudad, en cambio, perdió sosiego.
Y mientras los políticos se sacan los trapitos en la plaza pública, los ciudadanos seguimos atrapados en la cloaca de las redes sociales. Allí donde no hay espacio para los matices ni para la verdad. Allí donde la rabia se impone al análisis y donde cada lado tiene su verdad absoluta. Si te indignas por los capos en tarima, te llaman uribista. Si los justificas, te dicen petrista o castrochavista. Si dudas, te cancelan. Si preguntas, te insultan. Así estamos.
Lo que más duele es ver cómo el dolor de las víctimas se usa como moneda de cambio. Nadie parece hablar por ellas. Solo las mencionan para reforzar sus argumentos, para ganar puntos, para hacer campaña. Pero a la hora de la verdad, ni Petro, ni Fico, ni Quintero van al barrio a escuchar. A los combos se les invita a hablar, pero a las madres de los desaparecidos nadie. La paz, tristemente, se volvió un eslogan más.
Colombia no necesita más tarimas. Necesita justicia que funcione. Necesita políticos que hablen menos y hagan más. Que dejen de convertir cada tragedia en una oportunidad para sacarse ventaja. Que piensen primero en las víctimas y luego en los votos. Pero eso, en este país de trinos y trincheras, suena cada vez más ingenuo.
La cloaca de las redes seguirá abierta. Cada quien chapotea en ella como puede. Mientras tanto, Medellín –la ciudad de la resistencia, del dolor, de los que sí hemos luchado por la paz de verdad– vemos con tristeza cómo los discursos se convierten en espectáculo, los delincuentes en figuras, y los políticos en protagonistas de un drama sin final feliz.
Aquí seguimos, viendo cómo la política se vuelve trending topic, y la dignidad, solo un recuerdo lejano.