“¡Enhorabuena, Petro por fin es líder mundial… del narcotráfico!”

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Por Aldrin García – Director de Totus Noticias

Lo logró. Gustavo Petro al fin consiguió lo que tanto parecía buscar: que Estados Unidos lo declarara enemigo oficial. No lo hizo con diplomacia, sino con escándalo. Y no fue un comunicado del Departamento de Estado, sino un trino de Donald Trump, quien, con su estilo rudo y sin anestesia, lo llamó “líder del narcotráfico” y anunció que cortará toda cooperación con Colombia en la lucha contra las drogas. Así, con una frase, nos dejó a todos en el mapa del desastre internacional.

Petro respondió rápido, fiel a su ego. Dijo que Trump está engañado por sus logias y asesores, y que el principal enemigo del narcotráfico en Colombia ha sido él. Uno lo lee y casi imagina al presidente hablándose frente al espejo, repitiendo su propia verdad como si al decirla muchas veces se volviera cierta. Pero el problema no es solo su respuesta, sino la realidad que queda detrás: el país que hoy gobierna está más solo que nunca, y con una imagen internacional tan deteriorada que ni los discursos más poéticos podrán arreglarla.

Lo que empezó como un choque de palabras terminó siendo una ruptura diplomática. Trump, con su poder mediático y su olfato político, le quitó el disfraz al juego: mientras Petro se presenta como un reformador que lucha contra los narcos, la percepción afuera es otra. Y en política internacional, percepción es poder.

Algunos celebran esta pelea como un acto de soberanía. Dicen que por fin Colombia deja de ser el “perrito faldero” de Washington o, como dicen los petristas, que por fin tenemos “un presidente que no se arrodilla”. Pero confunden dignidad con imprudencia. No es lo mismo hablar con voz propia que gritar hasta quedarse sin aliados. Ser enemigo de Estados Unidos no convierte a Colombia en un país más libre, sino más vulnerable.

Petro, en su obsesión por ser distinto, ha terminado siendo igual a lo que criticaba: un presidente que usa el conflicto como escenario. Si antes los enemigos eran los ricos, las élites, los medios o la oposición, ahora su enemigo es el país más poderoso del mundo. Todo un logro para quien prometió un cambio.

Y el colombiano del común sigue enfrentando lo mismo de siempre: el alza en los precios, la falta de empleo, la inseguridad en las calles y la incertidumbre que no se resuelve con discursos. Porque la gente no come de tweets ni de orgullo «nacionalista» o dignidad de Petro: come de trabajo, y el trabajo se destruye cuando los mercados pierden confianza.

La verdad es que Petro sí se convirtió en un líder mundial. Pero no por su sabiduría, ni por su visión de futuro, sino porque ha logrado poner a Colombia en el centro de una tormenta geopolítica que nadie pidió, nos puso en el ojo del huracán por defender a Maduro con su discurso socialista. Hoy somos noticia en el mundo, no por nuestros avances, sino por un presidente «líder del Narcotráfico» que se pelea con todos y celebra cada conflicto como si fuera una victoria moral.

Así que sí, enhorabuena, presidente. Alcanzó su sueño de ser protagonista global. Solo que su papel no es el del héroe que redime a los pueblos, sino el del líder que se queda sin pueblo cuando la realidad le pasa factura. En política, como en la vida, hay triunfos que saben a derrota. Y este, sin duda, es uno de ellos.

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