Daniel Quintero nunca ha sido un político de perfil bajo. Desde que llegó a la Alcaldía de Medellín, su estilo estuvo marcado por la confrontación directa, el manejo intensivo de redes sociales y una narrativa que siempre necesitaba un antagonista. En esa construcción de personajes, Álvaro Uribe Vélez ha sido su objetivo favorito, mencionándolo de forma constante, comparándolo incluso con “las dos Colombias” y utilizándolo como símbolo de aquello que dice querer combatir.
Ese discurso, hecho para las redes, no se limita a recordar diferencias ideológicas. Es también un guion pensado para la polarización. La fórmula es sencilla: colocar a Uribe y a sus seguidores como la encarnación de una Colombia que él rechaza, y a sí mismo como el líder de una Colombia “nueva” que busca derrotarla. Así mantiene viva una rivalidad que le da combustible para alimentar su protagonismo mediático.
Su manera de enfrentar las coyunturas lo confirma. Tras la muerte del senador Miguel Uribe Turbay, Quintero no se limitó a expresar condolencias; fue más allá y responsabilizó a la “ultraderecha” de ese crimen. En un país conmocionado por la noticia, sus palabras se sintieron como un golpe que buscaba más agitar que unir. Muchos lo acusaron de utilizar el dolor colectivo para reforzar su relato político.
Y cuando la polémica interna parecía no bastar, dio un salto al escenario internacional. Viajó hasta la isla Santa Rosa, en la frontera amazónica con Perú, y allí izó la bandera de Colombia en un gesto cargado de nacionalismo. La imagen, que buscaba transmitir defensa de la soberanía, fue interpretada por el vecino país como una provocación. El Congreso peruano reaccionó declarando a Quintero persona no grata y pidiendo que se le prohibiera la entrada.
Este tipo de acciones no son improvisadas. Quintero sabe que en la era de las redes, una imagen potente vale más que un largo discurso. Su bandera en la isla no solo generó titulares, también inundó perfiles y grupos en internet, abriendo un nuevo capítulo de discusión que lo mantuvo en el centro de la agenda.
Pero su estilo no se detiene. Ayer, en el congreso empresarial de la ANDI, irrumpió con una bandera palestina en plena intervención de los candidatos. Con un gesto teatral, buscó vincular el escenario económico nacional con un conflicto internacional. La reacción del público fue inmediata: lo abuchearon, le gritaron “ladrón” y tuvo que retirarse del lugar entre la tensión y el ruido. De nuevo, el episodio fue captado por las cámaras y amplificado en redes sociales como el lo quería.
Este patrón no es nuevo. Cuando fue alcalde, su gestión estuvo acompañada de enfrentamientos constantes: con empresarios, con concejales, con el Gobierno Nacional. Cambió la forma de comunicar de la Alcaldía, alejándose de los canales institucionales tradicionales y apostando por la inmediatez y la confrontación directa en plataformas digitales. Quintero entendió que el algoritmo premia la controversia.
Lo que estamos viendo hoy es la continuación de esa misma lógica, ahora en clave de campaña presidencial. Su apuesta es sencilla y peligrosa: generar acciones que no pasen inadvertidas, provocar reacciones inmediatas y mantenerse como tema de conversación, aunque el contenido de fondo sea difuso. Para él, en política, ser tendencia parece más valioso que construir consensos.
Sin embargo, la pregunta de fondo es si esa estrategia puede sostenerse más allá del corto plazo. La visibilidad es poderosa, pero no siempre se traduce en confianza. Y para ser presidente no basta con ser conocido; hay que convencer, unir y liderar en medio de un país fragmentado. El ruido, por sí solo, no construye gobernabilidad.
Quintero está apostando todo a la era digital: un político que vive de las redes y para las redes, con un guion que combina símbolos, confrontación y polémicas para mantener encendida la conversación. Su objetivo es claro: posicionarse como el candidato que desafía al sistema y encarna una lucha frontal contra sus antagonistas. Pero el tiempo dirá si ese protagonismo lo llevará a la Casa de Nariño o si, como muchas tormentas mediáticas, se disipará antes de llegar a puerto.