Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
El hecho de que haya sido en Qatar, y bajo el patrocinio de las autoridades de ese país, que se estén realizando las conversaciones entre el más grande de los ejércitos de traquetos que hoy azotan a Colombia, el de Los Gaitanistas, resulta muy significativo por el sitio y el momento que vive la paz del mundo, y concatenante con otros elementos en este maremágnum de versiones y afirmaciones que se contradicen y que, al final, muy pocos entienden.
Los Gaitanistas, llamados “Clan del Golfo” por las agencias norteamericanas y la Policía, son un grupo sui géneris. No parecería tener campamentos ni medianos ni grandes donde se concentren y, por eso, dizque nunca han sufrido bombardeos. Pero dominan con sus métodos de extorsión y terror a extensas zonas de no menos de once departamentos colombianos.
Integrado por exmilitantes de las guerrillas y los paras, no han caído en la equivocación de Castaño y Mancuso de cooptar las administraciones locales y regionales, ni en la inveterada costumbre de los antiguos guerrilleros de espantar a la población civil. Les basta con ser temidos por su crueldad y negociar, bajo ese régimen de terror, las extorsiones a quienes pueden pagarlas.
Popochos de divisas conseguidas por la cocaína y el oro mantienen un nexo casi novelesco entre sus integrantes, llegando a sembrar aureolas protectoras dentro de las poblaciones que controlan y en las que muchas autoridades civiles se ven obligadas a obedecerles.
Negociar con ellos no va a ser fácil, así el mediador sea Álvaro Jiménez, tulueño, descendiente del distribuidor de El Tiempo en mi infancia pueblerina. Pero que esa puerta abierta lo haya sido en un país árabe, cercano en muchos sentidos al Dubái donde el presidente Petro dice que existe una Junta de Narcos Colombianos, y paralela a las negociaciones que se llevan a cabo allí mismo, en Qatar, entre Israel y Hamás, le eleva la categoría a la conversa y, de pronto, hasta las esperanzas de una salida real con un grupo tan singular como Los Gaitanistas.